La chica de la foto, por José Mará Brindisi



La mujer de la foto, la de la tapa de la revista, es sin duda bellísima. Es algo que puede percibirse con facilidad, pese a la ligera bruma que extrañamente corroe la imagen. Pero está ahí, casi sin querer -casi- humillándonos con la seguridad que le da el lugar que ocupa, el lugar que queremos que siga ocupando para poder sentirnos humillados. Esa mujer está ahí, digo, y es posible que su belleza la supere ampliamente. Podríamos reprocharle, para empezar, esa frente alta y el pelo a dos aguas en que se intuye -¡ay!- un homenaje desapasionado a Laura Ingalls, aunque es posible que ni siquiera la haya conocido. También cierto descuido, ¿no?, y haber permitido que se publique una foto en la que aparece algo desenfocada. Tenemos ganas de echarle en cara, por qué no, que esté leyendo esa porquería, que al menos no tenga la dignidad de esconderse. Nos gustaría tener ganas de exigirle que termine de despertarse, que por Dios se vista, que se lave los dientes, que haga algo útil de su vida. Y tenemos ganas, al fin, de que no exista, porque no podemos dejar de mirarla. La humillación, con ella, no tiene fin: pero no es el bronceado tenue de los ecos del verano, no es la musculación tímida de las pantorrillas, ni la curva irresistible de los pies, ni la sonrisa cantada con que se justifica a sí misma. Cuando digo mirar, digo: nos obliga a mirar ahí, y ahí no es nada. Dos resquicios mínimos, dos suspiros, la sombra no de una duda sino de una esperanza. Si estuviese desnuda sería muchísimo más soportable. Que no se mueva, le pedimos, que no envejezca. Y no se mueve. Nunca va a darnos más que eso. Es nuestra virgencita. La nena tonta que lee revistas tontas. Yo creo en ella.


José María Brindisi (Buenos Aires)

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