Cercanía de la ausencia, por Guillermo Korn



Al recorrer las páginas de este libro de fotografías* queda una sensación: los cuerpos se confunden, se mixturan. Son ellos y no son.
    Como en esa imagen de bordes ajados, donde una muchacha aparece sentada en un taburete junto a una mujer que tiene a upa a una criatura. Su bracito parece entrelazarse al de la joven, como si fuera uno.
    O en la que de fondo se ve una pareja caminando en la playa. En el medio hay una nena. En primer plano, entre ellos y con un mayor tamaño, una mujer adulta sonríe.
    O en aquella donde un hombre alza la vista y mira por sobre su cabeza el retrato de otro hombre, ya calvo, con sus mismos bigotes manubrio, de esos que ya no se usan. O esa otra, la de quien quiere sumarse a un brindis donde otros hacen chocar sus copas.
    En estas fotos en blanco y negro parecen convivir un tiempo difuso y otro más preciso.
    Siempre queda la sensación de un “encuentro con el pasado que vuelve”. Pero si en el tango el miedo se manifiesta al confrontar el tiempo que no se resigna a su condición pretérita con el presente, acá el temor se reemplaza por el deseo, las ganas de poder ser parte –entre sombras– de ese pasado. Miradas frontales y cuerpos superpuestos. La búsqueda de una escena en la que lo imposible –un cierto encuentro– deje de serlo.
    En varias de estas imágenes, el efecto es similar al que se da cuando alguien se interpone entre un proyector y la pantalla: la imagen se refleja en el cuerpo. Cuando eso pasa, el interpuesto suele escurrirse de modo de evitar que ese efecto gracioso lo tenga como protagonista.
    No es éste el caso. Como cuando la joven deja que la imagen proyectada sea también ella misma. Se busca ese efecto. Pero bajo un halo dramático que se ahonda al leer un breve texto que reconstruye esa historia. Como en este caso:






Así en las otras: pocos datos, de quién se habla, qué militancia tuvo, dónde desapareció o en qué lugar estuvo secuestrado. Alguna línea dedicada al protagonista de este tiempo.     Lucila Quieto enhebra historias de la Historia.
    Compone piezas de un mapa siempre incompleto.
    En esa falta está su hacer.
    Familias que no son.
    Su materia son los restos, las huellas, las imágenes que un maremoto arrojó sobre las arenas contemporáneas.
    Como el intento de forzar un encuentro imposible entre su padre, Carlos Alberto Quieto –desaparecido cinco meses antes de su nacimiento– y ella.
    Esa “foto inexistente e imposible” –nos dice Ana Longoni, al prologar el libro– fue el motor inicial de Arqueología de la ausencia.


Guillermo Korn (Buenos Aires)


*Lucila Quieto, Arqueología de la ausencia, Buenos Aires, Casa Nova Editores, 2011.



Post a Comment

0 Comments