Parque de diversiones, por Miguel Vitagliano

Con su cámara de 35 mm y flashes infrarrojos, el fotógrafo japonés Kohei Yoshiyuki (1946) a fines de los 70 se internaba por las noches en dos parques de Tokio, el Shinjuku y el Yoyogi, para tomar imágenes de personas manteniendo relaciones sexuales. Y era frecuente también que, amparados por la oscuridad, hubiese otros alrededor observando las escenas. Individuos congelados en el gesto de la vacilación entre acercarse un paso más y tocar, o contenerse. Agazapados, en cuclillas, gateando, o como si suplicaran de rodillas. “Mi intención era capturar lo que sucedía en el parque, yo no era un ´voyeur´ como ellos”, dijo Yoshiyuki: “Pero, al fin de cuentas, tomar fotos es algo muy parecido. Así que quizá sea un voyeur porque soy un fotógrafo.”


La primera vez que expuso esos trabajos fue en 1979, en Tokio; las salas de la galería Komai estaban con las luces apagadas y el público debía visitarlas con unos flashes. En mayo de 2010 aquellas fotos integraron la muestra Exposed: Voyerism, Surveillance & the Camera en The Tate Modern de Londres, y fueron expuestas en un largo pasillo a media luz junto con trabajos de Cartier-Bresson, Collahan, Brassaï, Hine y otros.

Las imágenes de Yoshiyuki tienen la particularidad de difuminar el foco de atención, nunca se ve del todo bien lo que se quiere ver y eso que se quiere ver reluce como una promesa postergada en su cumplimiento. Sin duda que se trata del efecto de multiplicación de la situación de los “voyeurs”. Aunque acercándose más –un paso que siempre comienza por la distancia- lo que se ve en esos parques de diversiones son también otros juegos, filas de carritos-miradas puestos en una obligada sucesión sin fin, una cadena de montaje que lo cubre todo y quiere completarlo todo como si nada escapara a la furiosa continuidad del trabajo, ni siquiera los ojos furtivos.


Miguel vitagliano (Buenos Aires)

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