Poema: Cóctel, por Sergio Bizzio






Nada justifica que yo corte esta línea en dos, pero


fui a sentarme y se me vino encima el sillón.


“¿Pensarán que soy surrealista?”, me dije.





En ese momento decenas de poetas


intercambiaban sus muertes, sus cisnes, sus mercados


     (¿qué más se puede hacer


cuando se escribe mal?). Resbalé todavía


unas cuantas veces más


tratando de levantarme, siempre sin gracia,


mientras unos relámpagos firmaban el cielo en el jardín.







    ¡Qué vergüenza!


“Salir y que haya afuera, salir y que haya afuera”,


no pensaba en otra cosa.





Una mujer (con los ojos ilustrados por la tormenta)


lanzó un brazo sobre mis hombros como un boomerang


y me preguntó si estaba bien.





Me dejé llevar. La lluvia, fina,


nos cubrió en el primer escalón.





A mitad de trayecto un grillo saltó sobre mi cara:


“¡Tenés que creerme, yo también soy de allá!”.





Chocamos -al pasar- con el dedo extendido


de una estatua, rompiéndolo.





Ya en su auto, un auto pálido, impecable,


los seguros se activaron.


     “Discutamos, mi amor,


ahora que ya no somos libres,


ahora que ya no hay nada que decir”.





Entonces (entonces) reaccioné.


Seguía en el suelo.


     (¡Ah, qué modo éste, qué maneras


las del presente sin el ruido de lo actual!)


“El piso de esta sala debió ser locamente lustrado


para que un sillón se comporte así”.




Sergio Bizzio (Buenos Aires)

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