Clic, por Pablo Luzuriaga



Poca gente recuerda números de teléfono, una “llamada perdida” deja el registro de un teléfono que ni siquiera fue marcado. Si a alguien se le da por tomar un helado y no encuentra el imán en la heladera, algunos teléfonos permiten buscar en la Web el número, copiarlo y, sin necesidad de recordarlo, pegarlo y llamar. En Infancia en Berlín hacia 1900, Walter Benjamin escribió lo siguiente a propósito de los teléfonos: “El ruido con el que atacaba entre las dos y las cuatro, cuando otro compañero de colegio deseaba hablar conmigo, era una señal de alarma que no sólo perturbaba la siesta de mis padres, sino la época de la Historia en medio de la cual se durmieron”.
     El aparato modifica la siesta, los cuerpos de aquellos que durmieron antes de que se ubicara en algún lugar del hogar. Para Kafka, en sus cartas a Milena, la invención de las telecomunicaciones se debía a la “terrible desintegración de las almas” que se había iniciado con la escritura epistolar: el intercambio de cartas se vuelve un tráfico entre fantasmas, quien escribe no participa del tiempo y del lugar de quien lee: los besos escritos son bebidos en el camino por los fantasmas del “remitente” y del “destinatario”: para combatir el elemento fantasmal en el diálogo de dos ausencias “la humanidad” inventó (tras la catástrofe de la distancia) el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano y sus opuestos “mucho más calmos y fuertes”: el servicio postal, luego el telégrafo, el teléfono y la radio.
     Cuatro investigaciones publicadas el 14 de julio pasado en la revista Science llegan a la conclusión de que el uso de la Web está modificando la capacidad de nuestros cerebros para almacenar información. En 1924 Sigmund Freud describió la memoria humana estableciendo una analogía con la “pizarra mágica”: tanto la memoria como la pizarra están compuestas por una “superficie receptora siempre pronta y huellas permanentes de las anotaciones hechas”. A diferencia de la hoja de papel donde podemos dejar una huella permanente, pero no así realizar innumerables notas (la hoja se completa en algún momento); a diferencia de la pizarra convencional donde podemos realizar innumerables notas, pero no dejar huellas permanentes, la pizarra mágica, como la memoria, pareciera resolver ambas necesidades. Al contrario de los demás “aparatos auxiliares” inventados para perfeccionar o intensificar nuestras funciones sensoriales (las lentes y las cámaras fotográficas para auxiliar la vista, los amplificadores para auxiliar al oído) la hoja de papel y la pizarra convencional no se habían hecho a semejanza del “órgano sensorial correspondiente”; la aparición de la pizarra mágica, también conocida como el “block maravilloso” venía a suplir esa imperfección.
     A Freud, como a Kafka, también le preocupaban los fantasmas de las telecomunicaciones: en la famosa carta que el joven Freud escribe a su novia (citada por R. Barthes en la entrada “Cartas” de sus Fragmentos de un discurso amoroso) podemos leer: “No quiero sin embargo que mis cartas queden siempre sin respuesta, y dejaría de inmediato de escribirte si no me respondes. Perpetuos monólogos a propósito de un ser amado, que no son ni rectificados ni alimentados por el ser amado, desembocan en ideas erróneas sobre las relaciones mutuas, y nos vuelven extraños uno al otro cuando nos encontramos de nuevo y hallamos cosas diferentes a las que, sin asegurarnos de ello, habíamos imaginado”.
     Según la revista Science la Web altera nuestra memoria, “efecto Google” llaman al caso. Como una “memoria externa” con un golpe de clic tenemos el nombre de las capitales del mundo al teléfono. La pizarra mágica que tanto había entusiasmado a Freud volvió hace tiempo con las PC y ahora con el ipad vemos aparecer aquel invento en su máxima perfección. Distintos desarrollos anticipan futuras lentes de contacto donde se proyectarán la Web y teclados virtuales, aparatos ajustados al cuerpo con los que realizaremos llamadas y video conferencias sin mirar pantalla alguna ni apretar botones.


¿Dónde está la novedad al decir que las nuevas tecnologías modifican nuestras capacidades? ¿Alguien acaso recuerda algún pasaje épico y puede cantarlo de principio a fin? Buena cantidad de recursos mnemotécnicos fueron dejados de lado con la escritura, madre de todas las virtualidades de ayer y mañana. ¿Por qué es noticia de apenas ayer que los recursos virtuales, ahora electrónicos, modifican nuestra manera de recordar?


En 1874 F. Nietzsche escribió su segunda intempestiva donde imaginó un hombre capaz de recordarlo todo; en 1942, J. L. Borges lo transformó en un personaje: Funes el memorioso, ahogado en el recuerdo de cada instante, era incapaz de pensar. Un año antes de escribir su intempestiva Nietzsche escribió “Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral” donde ya había dado cuenta de la necesidad imperiosa del olvido: para nombrar los objetos debemos olvidar cada objeto particular. La memoria nunca recuerda los “objetos en sí” del mundo en que vivimos porque para existir la huella mnémica en el lenguaje previamente debe operar el olvido de lo particular.
    ¿Qué supuesto hay detrás del temor a que la Web modifique nuestro modo de recordar? ¿El temor a un mundo donde esa memoria pueda ser manipulada por gobiernos? ¿Acaso esos mismos poderes no buscaron manipular las memorias en papel? ¿El temor a un mundo donde nadie retenga información es nuevo?, ¿acaso la imprenta no modificó hace tiempo el estatuto de la narración? Son estas apenas algunas preguntas sobre la novedad de lo nuevo.


El poeta argentino Carlos Gradín realizó este poema spam sobre el peronismo, se trata de un montaje automático de las respuestas que le dio Google al buscar resultados con la frase: “el peronismo es como”, animado luego con un software de Linux creado por un programador italiano. Una suerte de escritura automática que recurre a nuestra memoria auxiliar.




Pablo Luzuriaga (Buenos Aires)

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