Peculiar combinación de cristianismo ortodoxo ruso y positivismo, el “cosmismo” fue una corriente filosófica surgida en la Rusia zarista durante la segunda mitad del siglo XIX. Su máximo exponente, el filósofo Nikolai Fedorov, partía de la base de que la Humanidad, la Tierra y el Cosmos formaban parte de un sistema indisolublemente unificado e interrelacionado. Con el cristianismo y la ciencia como guías, un hombre libre de egoísmos y mezquindades estaría en condiciones de descubrir las leyes que regulan el funcionamiento del universo, dominar el planeta y lograr el bienestar de toda su población. También derrotaría a sus dos eternos enemigos: la enfermedad y la muerte. E iría por más. Viajaría por el espacio para colonizar el sistema solar y las estrellas, porque la humanidad estaba llamada a dirigir la totalidad del Cosmos para su propio bien. La visión de Fedorov bien pudo ser una respuesta a los temores de un Thomas Malthus, tan preocupado por las consecuencias de la inevitable superpoblación del planeta. También resucitaba esperanzas como las del Dr. Víctor Frankenstein.
Durante la mayor parte de su vida Fedorov dirigió la biblioteca del museo Rumiantsev de Moscú. Fundada en 1862, la Rumiantsev fue la primera biblioteca pública del país. En los años setenta fue también uno de los lugares más frecuentados por un joven llegado del interior del imperio ruso, Konstantin Eduardovich Tsiolkovsky. Nacido en la provincia sureña de Riazán, Tsiolkovsky era un niño como cualquier otro hasta que, a los diez años, la escarlatina lo dejó prácticamente sordo. Este hecho y la muerte de su madre hicieron que a los catorce años abandonara la escuela. Lo que no dejó fue el estudio: se dedicó a leer todos los libros de la biblioteca de su padre. También comenzó a diseñar dispositivos y locomotoras en su hogar. A los dieciséis años le pidió a su familia apoyo para ir a Moscú, para continuar su formación en las bibliotecas de la gran ciudad. En ellas profundizó sus conocimientos, abarcando un amplio arco que iba desde las matemáticas, la física, la química y la astronomía hasta la literatura y la filosofía. Este notable autodidacta, sin haber concurrido a ningún instituto de enseñanza, llegó a dominar de tal manera estas materias que a los veintidós años aprobó sin dificultades el examen de profesor de enseñanza pública, siendo nombrado en 1880 maestro de aritmética y geometría en una escuela de la pequeña ciudad de Vorovsk.
En la biblioteca Rumianstev los caminos de Fedorov y Tsiolkovsky se cruzaron, y el joven quedó prendado de la cautivante personalidad del filósofo. Muy pronto hizo suyas las ideas que Fedorov tenía acerca de los viajes interplanetarios, y comenzó a pensar las posibilidades tecnológicas de llevarlos a cabo. La ciencia ficción, en particular Julio Verne, alimentó aún más su entusiasmo. Totalmente alejado de cualquier contacto con el mundo científico, en 1878 elaboró los primeros bocetos en los que estudiaba problemas de la navegación orbital. Ese mismo año construyó una centrifugadora para probar con gallinas los efectos de la aceleración en los seres vivos. Más tarde construyó un rudimentario túnel de viento para realizar investigaciones en aerodinámica. A partir de 1881 comenzó a escribir artículos que aparecerían en diversas publicaciones, con los resultados de sus investigaciones y reflexiones que sólo se interrumpiría con su muerte en 1935. Las bases de la cosmonáutica moderna están prácticamente establecidas en todos estos textos, escritos en soledad luego de su trabajo en las escuelas de Vorovsk y Kaluga, la aldea a la que se mudó en 1892. Cohetes de varias etapas con sus mecanismos de dirección, combustibles líquidos de propulsión, naves espaciales y satélites artificiales, métodos para mantener las órbitas sobre el planeta, los problemas de la ingravidez, los trajes de los cosmonautas, sus comodidades en el espacio, los paseos espaciales... Nada quedó fuera de sus consideraciones. Tampoco las estaciones espaciales. Con una notable visión de futuro Tsiolkovsky propuso una gran estación cilíndrica que girara sobre su mismo eje longitudinal para que la fuerza centrífuga generase gravedad artificial. Sus tripulantes podrían regular la gravedad a voluntad y caminar por las paredes interiores de la estación, tal como varios años después lo harían los tripulantes de la nave Discovery 1 de la película 2001 Odisea en el espacio. También vivirían rodeados de plantas que crecerían en una suerte de invernadero cósmico que los proveería de oxígeno y alimentos. El resto de los recursos necesarios para seguir expandiendo las fronteras se podrían sacar del cinturón de asteroides. En su novela Más allá del planeta Tierra, escrita a principios de siglo, aparecida por entregas y publicada en forma de libro en 1920, Tsiolkovsky imaginaba una red completa de viviendas en el espacio.
“El espacio en torno a la Tierra que podemos utilizar, suponiendo que consideremos sólo la mitad de la distancia que nos separa de la Luna, recibe ya mil veces más energía solar que la propia Tierra… sólo hace falta llenarlo de viviendas, invernaderos y gente. Por medio de espejos parabólicos podemos producir una temperatura de hasta 3500 grados centígrados, en tanto que la ausencia de gravedad hace posible construirlos de dimensiones prácticamente ilimitadas, con lo cual nos es dado crear focos del tamaño que queramos. A su vez, estas elevadas temperaturas, la energía química y térmica del Sol no debilitadas por la atmósfera, nos permiten realizar toda clase de trabajos industriales, tales como la fusión y soldadura de metales, la recuperación de éstos de su encierro en las más heterogéneas gangas, su forjado, modelado, laminado, etc.”
Estas estaciones estaban destinadas a ser el puntapié inicial de la conquista del sistema solar y otras estrellas. Sin perder de vista las enseñanzas filosóficas de Fedorov, Tsiolkovsky elaboró con ellas un plan completo para lograrlo. No fue el único en hacerlo. El austríaco Hermann Noordung diseñó en 1928 una estación espacial de 30 metros de diámetro. Sus ideas tuvieron en los años cuarenta y cincuenta una gran influencia en los proyectos de la Sociedad Interplanetaria Británica, que incluían el montaje de grandes estructuras en el espacio con elementos prefabricados. En los años setenta, el científico estadounidense Gerard K. O´Neill planteó en su libro Ciudades del espacio las bases para construir colonias espaciales destinadas a resolver problemas de superpoblación y agotamiento de los recursos terrestres. Las estaciones de O´Neill eran estructuras enormes, que incluían ríos, sembradíos, ciudades y pueblos.
Tsiolkovsky inspiró a las más prominentes figuras de la cosmonáutica soviética. Serguéi Korolev y Valentín Glushkó, dos ejemplos de medular importancia, reconocieron su deuda con él. Desatada la carrera espacial en los años cincuenta, la URSS tomó rápidamente la delantera con la puesta en órbita del Sputnik en 1957 y el viaje de Yuri Gagarin en 1961. El siguiente paso de su programa espacial, colocar un ser humano en la Luna, nunca pudo ser concretado. El fracaso en conseguir un lanzador dotado de la potencia suficiente y el alunizaje del Apolo 11 estadounidense en 1969 fueron dos contundentes mazazos para las aspiraciones lunares soviéticas. No pasó mucho tiempo para que se produjera la reacción. En 1971 se puso en órbita la Salyut 1, primera estación espacial de la historia. Si bien una de sus tripulaciones murió trágicamente debido a una falla en el transbordador Soyuz que los traía a la Tierra, la Salyut 1 inauguró una larga y exitosa etapa de estaciones espaciales soviéticas que culminaría con la puesta en órbita de la célebre estación Mir. Con ellas se establecieron buena parte de las bases tecnológicas y científicas que hacen posible la permanencia humana por tiempos prolongados en condiciones de microgravedad. Si bien siempre se hablaba de la investigación científica del planeta y del cosmos, en plena Guerra Fría estas estaciones también tenían objetivos militares. No resulta casual que en los años ochenta se adoptara la cinematográfica expresión “guerra de las galaxias” para referirse a algunos de los más sofisticados proyectos militares de las superpotencias de entonces. Las Salyut 2, 3 y 5 eran, específicamente, estaciones militares.
La disolución de la URSS y el final de la Guerra Fría cerraron toda una época en la historia de la cosmonáutica. Buena parte de las razones militares que explicaban la financiación de muchos de estos costosos proyectos se derrumbaron junto con el muro de Berlín. La estación espacial Mir pudo sobrevivir varios años más gracias a la sociedad de la agencia espacial rusa con otras agencias espaciales, incluida la NASA estadounidense, cuyo propio programa de estación espacial Freedom también se canceló en los años noventa. Esa colaboración entre agencias espaciales fue la base para colocar en órbita la actual Estación Espacial Internacional, la estación espacial más grande de la historia.
El siglo XXI comenzó recortando presupuestos estatales para los proyectos espaciales, ofreciendo otras alternativas de financiación. En 2008 la empresa Space Adventures comenzó a organizar viajes turísticos a la estación a razón de 25 millones de dólares el pasaje. Ya han viajado seis turistas espaciales. Más aún, existe un proyecto para habilitar en la estación un hotel espacial. El tour costaría alrededor de diez millones de dólares por turista. Retirados del servicio los transbordadores espaciales, la actual dirigencia de los EE.UU. abrió el juego para que las empresas privadas diseñen sus propias naves espaciales. Boeing está diseñando una de las futuras naves espaciales privadas, el Crew Space Transportation-100, una cápsula capaz de llevar siete personas al espacio. Entre los clientes potenciales de la Boeing está la Bigelow Aerospace, una compañía establecida en Las Vegas propiedad del empresario hotelero Robert Bigelow, que está planificando la construcción de la una estación espacial privada. En 2010 una empresa nueva en la actividad, Space X, logró hacer despegar un cohete y colocar una cápsula que, luego de orbitar el planeta, aterrizó suavemente en el océano Pacífico. Otra empresa, Spaceshiptwo, tiene proyectos destinados a ofrecer vuelos espaciales de corta duración a relativo bajo costo para ver el planeta desde el espacio. En los EE.UU., el Estado de Nuevo México financia la construcción del primer aeropuerto para naves espaciales turísticas del mundo.
La última estación de la serie Salyut, la Salyut 7, fue lanzada al espacio en 1982. Hasta 1986 residieron en ella once tripulaciones estables, que incluyeron cosmonautas de varias nacionalidades. Fuera de servicio, en 1991 reentró en la atmósfera terrestre y, a pesar de todos los intentos por dirigirla hacia el océano Pacífico, sus restos cayeron sobre América del Sur, en su mayor parte sobre territorio argentino. El astrónomo Luis Trumper, presidente de la Asociación Entrerriana de Astronomía (AEA), dirigió la recuperación de los fragmentos que cayeron sobre su provincia. Distintos circuitos electrónicos de comunicación, depósitos esféricos de combustible, fragmentos de fuselaje y ventanillas, e incluso una de las escotillas de acceso, están expuestos en las instalaciones de la asociación que dirige. La AEA fue fundada en 1976 por de un grupo de entusiastas de la astronomía. Es una agrupación sin fines de lucro que no cobra cuota a sus asociados por entender que el cielo es de todos. Con gran esfuerzo instalaron en 1986 un pequeño observatorio abierto al público en la localidad de Oro Verde, a 11 kilómetros de Paraná. Entre visionarios como Tsiolkovsky y los astrónomos aficionados entrerrianos existen enormes y profundas diferencias, desde todo punto de vista. Tienen, sin embargo, un punto en común: ambos son casos de entusiastas del espacio que creen en un Cosmos para todos. Aparentemente descartada la "guerra de las galaxias", parece difícil imaginar que el futuro de la presencia humana en el espacio se guíe por ideales de bien común. Vladimir Putin, actual jefe de gobierno ruso, señala todo un camino cuando, a años luz de Tsiolkovsky, afirma que Rusia debe consolidar su presencia en el mercado espacial global porque, en sus palabras, se trata de "un gran negocio".
  El siglo XXI comenzó recortando presupuestos estatales para los proyectos espaciales, ofreciendo otras alternativas de financiación. En 2008 la empresa Space Adventures comenzó a organizar viajes turísticos a la estación a razón de 25 millones de dólares el pasaje. Ya han viajado seis turistas espaciales. Más aún, existe un proyecto para habilitar en la estación un hotel espacial. El tour costaría alrededor de diez millones de dólares por turista. Retirados del servicio los transbordadores espaciales, la actual dirigencia de los EE.UU. abrió el juego para que las empresas privadas diseñen sus propias naves espaciales. Boeing está diseñando una de las futuras naves espaciales privadas, el Crew Space Transportation-100, una cápsula capaz de llevar siete personas al espacio. Entre los clientes potenciales de la Boeing está la Bigelow Aerospace, una compañía establecida en Las Vegas propiedad del empresario hotelero Robert Bigelow, que está planificando la construcción de la una estación espacial privada. En 2010 una empresa nueva en la actividad, Space X, logró hacer despegar un cohete y colocar una cápsula que, luego de orbitar el planeta, aterrizó suavemente en el océano Pacífico. Otra empresa, Spaceshiptwo, tiene proyectos destinados a ofrecer vuelos espaciales de corta duración a relativo bajo costo para ver el planeta desde el espacio. En los EE.UU., el Estado de Nuevo México financia la construcción del primer aeropuerto para naves espaciales turísticas del mundo.
La última estación de la serie Salyut, la Salyut 7, fue lanzada al espacio en 1982. Hasta 1986 residieron en ella once tripulaciones estables, que incluyeron cosmonautas de varias nacionalidades. Fuera de servicio, en 1991 reentró en la atmósfera terrestre y, a pesar de todos los intentos por dirigirla hacia el océano Pacífico, sus restos cayeron sobre América del Sur, en su mayor parte sobre territorio argentino. El astrónomo Luis Trumper, presidente de la Asociación Entrerriana de Astronomía (AEA), dirigió la recuperación de los fragmentos que cayeron sobre su provincia. Distintos circuitos electrónicos de comunicación, depósitos esféricos de combustible, fragmentos de fuselaje y ventanillas, e incluso una de las escotillas de acceso, están expuestos en las instalaciones de la asociación que dirige. La AEA fue fundada en 1976 por de un grupo de entusiastas de la astronomía. Es una agrupación sin fines de lucro que no cobra cuota a sus asociados por entender que el cielo es de todos. Con gran esfuerzo instalaron en 1986 un pequeño observatorio abierto al público en la localidad de Oro Verde, a 11 kilómetros de Paraná. Entre visionarios como Tsiolkovsky y los astrónomos aficionados entrerrianos existen enormes y profundas diferencias, desde todo punto de vista. Tienen, sin embargo, un punto en común: ambos son casos de entusiastas del espacio que creen en un Cosmos para todos. Aparentemente descartada la "guerra de las galaxias", parece difícil imaginar que el futuro de la presencia humana en el espacio se guíe por ideales de bien común. Vladimir Putin, actual jefe de gobierno ruso, señala todo un camino cuando, a años luz de Tsiolkovsky, afirma que Rusia debe consolidar su presencia en el mercado espacial global porque, en sus palabras, se trata de "un gran negocio".
Alcides Rodríguez (Buenos Aires)
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