Sabemos que, en Atenas, bajo el gobierno de Pisístrato se creó una especie de biblioteca pública. Tras la batalla de Salamina, Jerjes la habría trasladado a Persia. Más tarde, Seleuco Nicator rey de Siria, la habría devuelto a su lugar de origen. Otras bibliotecas notables de la antigüedad fueron las de la Academia de Platón y la del Liceo de Aristóteles, dedicadas a la investigación. De ninguno de estos prestigiosos antecedentes trata este artículo. Preferimos hablar hoy de la más importante biblioteca jamás creada, del non plus ultra bibliotecológico, vamos a hablar de la Alexandrina.
Se atribuye su creación a la dinastía de los Ptolomeos. Ptolomeo I fue un sátrapa, nombre persa que refiere al virrey de una provincia bajo administración central, que recibió la ciudad de Alejandría tras la sorpresiva muerte de Alejandro. Sus obras y las de su hijo, Ptolomeo II, transformaron su ciudad en una de las más cosmopolitas y grandiosas de la época. Entre sus principales atractivos estaban, sin dudas, el Mouseion y la Biblioteca.
El Mouseion (casa de las Musas) habría sido sugerido a Ptolomeo I por Demetrio de Falero. Seguía el modelo de la Academia y el Liceo. Era prácticamente una institución religiosa (modelo implementado por muchos filósofos antiguos) encabezada por un sacerdote, en la que vivían intelectuales que tenían casa, comida y exención de impuestos. Pronto se ganó una justificada fama internacional que atrajo a las grandes mentes de la época. El rey tenía amplia influencia en los estudios que los eruditos realizaban allí y podía tomar medidas drásticas contra quienes se alejaban de sus intereses. Sótades de Maronea fue encarcelado y ejecutado por haber tenido la mala idea de difundir sátiras sobre el matrimonio de Ptolomeo II con su hermana Arsinoe. Zoilo de Anfípolis, decía que Homero abusaba de la invención en su obra. Fue llamado Homeromastix (azote de Homero). Su falta puede parecernos leve, no así su condena: lo privaron de todo medio de subsistencia y murió en Alejandría.
La Biblioteca Real Alexandrina habría sido fundada bajo el mismo reinado de los Ptolomeos (aquí las fuentes discuten si se trata del I o el II, personalmente me inclino por la primera opción), también como idea de Demetrio. Era el complemento necesario para los estudios del Mouseion: una biblioteca destinada a ser nada menos que universal. Tras cincuenta años de actividad, la cantidad de volúmenes hizo necesario abrir un anexo. Una carta del contemporáneo griego Aristeas nos da idea de su impresionante desarrollo: “Demetrio de Falero, encargado de la biblioteca real de Alejandría, recibía sumas importantes para reunir, en lo posible, todos los libros del mundo. Un día, el rey Ptolomeo le preguntó en mi presencia cuántos volúmenes contenía la biblioteca, Demetrio contestó: “Más de doscientos mil, ¡oh, mi rey!, y haré lo posible para conseguir los que faltan todavía para llegar a quinientos mil”. El cargo específico de “Encargado de la Biblioteca Real” demuestra que, aunque complementarias, Biblioteca y Mouseion eran instituciones independientes.
Los Ptolomeos dedicaron un esfuerzo extraordinario para conseguir documentos. La compra y la transcripción estaban a la orden del día. Se cuenta que todo barco que fondeaba Alejandría era confiscado y, si se encontraba algún libro, se enviaba a la Biblioteca, devolviéndole al propietario copias o indemnizándolo. Los manuscritos originales de Esquilo, Sófocles y Eurípides habrían sido sacados de los archivos de Atenas bajo la impresionante fianza de quince talentos para ser copiados. Los Ptolomeos retuvieron los originales y devolvieron las copias, renunciando a la fianza. Allí tuvo lugar la obra más valiosa de toda la historia de las traducciones, la mítica “Biblia de los 70”, traducida al griego por 72 sabios en 72 jornadas. Incluso las religiones orientales tenían lugar, habría habido volúmenes de budismo y de la religión mazdea persa entre otros.
Sería largo enumerar todos los avances en artes y ciencias que se consiguieron desde esta Biblioteca. Me detendré apenas en un ejemplo. En la lista comprobable de personajes que ostentaron el cargo de Bibliotecario de la Alexandrina figura Eratóstenes de Cirene. Su actividad intelectual se desplegó en campos como la poesía, la filosofía, la crítica literaria, la astronomía, las matemáticas, la cronología científica y otros. Sus avances más destacados se dieron en geografía. Eratóstenes leyó que en Siena los objetos no proyectaban sombra el día del solsticio y “la luz alumbraba el fondo de los pozos”. Experimentos motivados por esta referencia aislada tomada de la Alexandrina le permitieron medir la circunferencia de la tierra en 39.614,4 km. El error es inferior al 1%. Con el conocimiento que supo custodiar, definió los límites del mundo. Este, creo, es el mejor ejemplo de la potencialidad de la Alexandrina. Eratóstenes denunció también el querer dividir a la humanidad en dos grupos: griegos y no griegos. Criticó a Aristóteles y a Isócrates por haber aconsejado a Alejandro que tratase a los primeros como amigos y a los otros como enemigos, y alabó el caso omiso que el gran conquistador hizo de ellos. Fiel a los principios de la ética estoica, Eratóstenes, que supo medir el mundo, nos llama a clasificar a los seres humanos sólo en función de los criterios de vicio y virtud.
Tres veces se habría quemado la Alexandrina. El primer incendio se atribuye a un error de Julio César en el año 47 a.C. César quería destruir la flota de Ptolomeo XIII, pero el incendio –que César justifica mucho como necesidad militar y explica poco en sus consecuencias a lo largo de su Guerra de Alejandría- se habría propagado hasta hacer arder, según Séneca, 40000 volúmenes. Plutarco es más terminante: “Cuando el enemigo trató de separarlo de su flota, César se vio obligado a repeler el peligro recurriendo al fuego, que se extendió desde los astilleros y destruyó la “Gran Biblioteca”. Aulo Celio menciona que 700000 volúmenes “se quemaron totalmente durante el saqueo de la ciudad (…) no intencionalmente o por orden de nadie, sino accidentalmente por las tropas auxiliares”. El Serapeum, la principal filial de la Biblioteca y el propio Mouseion sobrevivieron. Marco Antonio regaló a Cleopatra 200.00 volúmenes procedentes de la Biblioteca de Pérgamo a modo de indemnización. Hasta el siglo III se continuó con una lenta reconstrucción de la tradición erudita alejandrina. A partir de entonces, se cruzan historias de masacres y persecuciones que hacen huir a los sabios.
Cuando el Cristianismo se hizo religión oficial del Imperio, el carácter sagrado de los templos se vio amenazado. El emperador Teodosio lanzó una campaña general contra el paganismo y los templos. El obispo de Alejandría, Teófilo, consiguió la aprobación imperial para transformar el templo de Dionisio en una iglesia. Los habitantes paganos, angustiados, buscaron refugio en el Serapeum. Con una horda de fanáticos cristianos y un decreto, Teófilo destruyo el Serapeum en el año 391 para construir allí una iglesia. El historiador Ammianus Marcellinus entendió la relación entre la decadencia de todo el imperio y la de sus bibliotecas. Su testimonio del año 378 d.C. es una frase de infinita tristeza: “Las bibliotecas se cierran por doquier, como tumbas”.
En el siglo V, Alejandría volvió a ser centro de un movimiento intelectual esta vez basado en el Cristianismo. No hay una referencia explícita a una nueva Alexandrina en sentido estricto hasta el siglo XIII en el que aparecen relatos de su quema bajo la dominación árabe. Es poco verosímil la existencia de esta tercera Alexandrina, aunque el mito que la rodea es de los más atractivos. Cuenta la leyenda que en el siglo VI d.C., el califa Omar I, primo de Mahoma, habría pronunciado la sentencia de muerte a la summa del saber: “si todos estos libros están de acuerdo con el Corán, basta el Corán, quémenlos; si no están de acuerdo con el Corán, son peligrosos (otra traducción posible: son inútiles), quémenlos igual”. La Historia de los Sabios de Ibn Al-Qifti nos dice que los volúmenes de la Alexandrina sirvieron para calefaccionar durante seis meses los baños de la ciudad.
De haber sido cierto este inverosímil relato, las decisiones de Omar I no serían un hecho sin precedentes. El conocimiento universal esconde un germen destructivo, terminaría por ser enemigo del imperio al que dice servir porque deja en el archivo sus facetas más terribles. Lo supo en el año 213 a. C. el emperador chino Ts’in Shircanghi, que ordenó quemar todas las bibliotecas a fin de hacer desaparecer los escritos que criticaban su gestión. Lo supo, en el 200 a.C., su sucesor, el emperador Chi Huang Ti que ordenó la quema de los Anales y otras obras de Confucio. Lo supo Platón cuando censuraba pasajes de la Odisea por considerarlos perniciosos y mala influencia para los jóvenes. La historia de la biblioclastia ofrece muchos ejemplos en este sentido. Afortunadamente, acabar con todo el conocimiento parece ser una quimera tan grande como querer acumularlo.
Acumular y aniquilar son dos impulsos de cualquier imperio. La Alexandrina es la biblioteca de la mentalidad imperial, marca el paso desde una concepción regional del saber hacia una universal. La mueve el impulso de creer que se puede conquistar todo y se puede saber todo. El Universo entra en una Biblioteca y esa Biblioteca es la medida del Mundo. Por eso, me permito sugerir que no son los intentos de revivir la mítica Biblioteca los que mejor continúan su legado. La Alexandrina está donde esté el Imperio. Hoy por hoy, la Library of Congress (LOC) de los Estados Unidos es su mejor equivalente.
La LOC es, de facto, la biblioteca nacional de los EEUU y la más grande del mundo. Tiene 243 millones de registros bibliográficos, 1761 millones de ítems en 470 idiomas y hay 72000 bibliotecas de 170 países afiliadas a ella que se nutren de su trabajo. Si uno quiere ver cómo funciona un imperio, puede divertirse buceando en sus catálogos. Hagamos una comparación: hoy es 16 de noviembre de 2011 y busco Cucurto en el catálogo en línea de la Biblioteca Nacional Argentina. Obtengo 6 resultados. Buscamos Cucurto en la LOC y obtenemos 12. Convengamos que Washington Cucurto es más leído, reconocido, estudiado y analizado en Argentina que en los Estados Unidos. Y, sin embargo, el imperio dobla la cantidad de ejemplares de Cucurto. ¿Qué representa para EEUU la obra de Cucurto? No creo que mucho, al menos por ahora. Sin embargo, acumulan. No hay un Eratóstenes que mida el universo pero sí hay un instinto que manda al imperio armar bibliotecas monstruosas. Demasiado grande, quizás. La LOC ha tirado la toalla, ha pedido casi expresamente en el 2008 dejar de ser la Biblioteca Alfa del mundo, pero el mundo no ha hecho caso. No podemos soportar que el Imperio delegue esta función. Si la delega, debe delegar también su imperio. Perdida en su grandeza, la LOC ha cerrado hace poco un trato con Twitter para resguardar todos los tweets producidos. Decenas de millones de mensajes de 140 caracteres van a parar todos los días a la LOC para ser archivados. Matt Raymond, Director de Comunicaciones de la LOC, nos dice “uno alucina al pensar qué podremos aprender de nosotros mismos y del mundo con la riqueza de estos datos. Estoy seguro de que aprenderemos cosas que ninguno de nosotros puede siquiera concebir”.
Ese llamado a explorar un mundo desconocido es el llamado de la Biblioteca. Saber para conquistar y conquistar para saber. Tal la tentativa de Alejandro a quien se le apareció Homero en sueños y le recitó unos versos de la Odisea que inspiraron la ciudad que llevaría su nombre, la más duradera de sus fundaciones y el mejor puerto de Egipto al día de hoy. La poesía siempre ha inspirado al hombre a sus más grandes empresas, entre ellas el ideal hermoso y absurdo de medir y construir el Universo en el que vive. “Homero –nos dijo Alejandro – además de poseer otras magníficas cualidades, era un espléndido arquitecto”.
Gabriel Graves (Buenos Aires)
Bibliografía
El-Abbadi, Mustafá. La Antigua biblioteca de Alejandría : vida y destino. [s.l.] : UNESCO, 1994.
Millares Carlo, Agustín. Introducción a la historia del libro y de las bibliotecas. México : FCE, 1975.
Nep, Víctor. Historia gráfica del libro y de la imprenta. Buenos Aires: V. Lerú, 1977.
0 Comments