La fuente termal de Akitsu (1962) de Kijû Yoshida, por Yaki Setton



















Están atrapados en el paisaje. Los dos amantes

nos dan la espalda y se alejan. Shinko va delante,

Shusaku detrás mientras ella camina con pasos

cortos. Su kimono jaspeado de blanco y lila se pliega 

y se despliega. Ella sigue. Andan lento a la vera

del río turbulento. El se va de nuevo. Ella ya

le ha dicho “Tengo la impresión de haber pasado

la vida viéndote partir, una y otra vez”. Su mirada 

se pierde en el vacío - solo puede pensar en ello,

solo puede vivir por ello - hasta que descubre

una navaja de la suave tela: su mano acaricia

el filo y él se espanta, se alejan y se acercan.

Porque Shinko y Shusaku viven este amor

como un despliegue de coreografías inútiles,

un baile de cuerpos que se tocan y se separan,

se rozan y se acarician aunque ella

sabe que al final está su propia muerte.

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