Madame Bovary es una chica Play Boy, por Miguel Vitagliano







La edición de Play Boy de septiembre de 2010 trajo como “playmate” del mes un extracto de Madame Bovary (1857), presentada en tapa como “la novela más escandalosa de todos los tiempos”. Otro motivo más significativo justificaba la publicación: ese mes la editorial Penguin daba a conocer una nueva traducción al inglés de la novela de Flaubert. El capítulo elegido por la revista es el referido a uno de los apasionados encuentros entre Emma y su amante Rodolfo mientras salen de paseo con sus caballos.





A lo largo de su historia Play Boy ha publicado un gran número de escritores notables (desde Mailer a Doris Lessing, y de Nabokov y Kerouac hasta García Márquez y Margaret Atwood), una razón más que suficiente para atenuar, al menos, la sorpresa ante la inclusión de ese fragmento de Madame Bovary. Acaso inquiete que se trate de una obra maestra del XIX que signó el rumbo que tendría la novela desde entonces. De todos modos, es posible cambiar la dirección de la sorpresa y ver a Play Boy ya anunciada en la novela de Flaubert.








Si algo caracteriza a la revista en sus producciones es mostrar a las “playmates” posando sin ropas en escenarios sofisticados y acompañar esas fotografías con otras que las muestran en sus tiempos escolares, con trenzas y aparatos de ortodoncia a los trece años, adolescentes comunes a las que nadie les imaginaría ese futuro de modelos. Girls next door, “las chicas de al lado”, así de comunes y que, sin embargo, pueden convertirse en “conejitas”. Ese es el principio directriz de la revista que Hugh Hefner fundó en Chicago en 1953, generar la ilusión en los lectores de que en toda “chica común” aguarda latente una “playmate”. Cien años antes, Gustave Flaubert, en Croisset, escribía sobre el desquicio de una lectora ilusionada que añoraba tener una vida intensa, alejarse de la monotonía de las provincias, ser invitada a fiestas donde se codeara con magnates y dormir entre sábanas de seda. Emma Bovary no dejaba de ser otra “chica de al lado”, en un tiempo que se preparaba para diseñar lo que sería la cultura de masas, un mundo en el que todo se iguala pero en el que nada puede diferenciarse.





Sí: el tiempo en que se mueven los personajes de la novela anuncia el despertar de la época en que vivimos. Nuestro tiempo parece la pesadilla que ellos tuvieron como sueño. Emma Bovary leía con atención cuanto decían las revistas, copiaba las poses de las heroínas y el corte de sus vestidos en las ilustraciones, y estaba convencida de que podía ser diferente siendo igual a ellas. Flaubert, en cambio, sólo confiaba en su literatura. En 1856 publicó por entregas su novela en La Revue de Paris y, pese a que se hicieron recortes que él no había autorizado, tuvo que presentarse ante el tribunal acusado de inmoralidad. Eso fue a principios de 1857. El tribunal lo absolvió y la novela fue publicada en libro en marzo de ese año; en dos meses se vendieron 15.000 ejemplares. Nunca dijo en público ni gritó ante los jueces la frase que se le atribuye, “Madame Bovary soy yo”. Sin duda que Flaubert se reconocía en cada trazo de su novela, tanto como sabía que Emma Bovary no era él sino todos los demás.





De sólo considerar el veredicto de los jueces resulta evidente que no se trató siquiera de “la novela más escandalosa” de su tiempo, como aseguraba Play Boy al adelantar el extracto de la versión al inglés. Flaubert, que había estudiado ese idioma con el principal deseo de leer a Shakespeare en su lengua original, no resistió la tentación de hacer una traducción de su propia novela. En realidad, supervisaba el trabajo de una joven inglesa que era maestra de su sobrina Caroline; además de ser una de sus amantes.





Nada se conserva de aquel trabajo, aunque es de suponer que estaba muy lejos de compararse con el  de Lydia Davis (1947), quien tradujo también a Proust, Blanchot, Foucault y Michel Leiris. Comenzó en los años 70 su especialización en la literatura francesa, en los tiempos en que Jean Paul Sartre daba a conocer su monumental investigación sobre Flaubert, El idiota de la familia, y ella estaba casada con el escritor Paul Auster con quien tuvo un hijo en 1978.





La traducción de Davis es hasta hoy la última versión que se conoce en inglés de Madame Bovary. La primera tiene más de ciento veinte años, y fue realizada también por otra mujer, una londinense nacida en 1855, fundadora de la Liga Socialista en 1884 y que participó como activista sindical en las huelgas del puerto de Londres hacia fines de 1880. En 1898, por un desengaño amoroso, se suicidó ingiriendo ácido prúsico; el único instante en que su vida pudo asemejarse en algo a la de Emma Bovary. Su nombre era Eleonor Marx, y era la hija menor del autor de El Capital.





Miguel Vitagliano


Buenos Aires, EdM, febrero 2013

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