Natalia Zito (Buenos Aires, 1977) obtuvo el Primer premio del Concurso Microrrelato 2011 organizado por la Editorial Outsider, y una MenciĆ³n Especial en el Concurso ItaĆŗ Digital 2012 con el relato “Nombre de almacenera” (parte de Agua del mismo caƱo, su primer libro aĆŗn inĆ©dito)
Ha publicado textos en las revistas Anfibia, Casquivana y Lamujerdemivida, entre otras.
Eduardo se sentĆ³, sacĆ³ la soga y la apoyĆ³ sobre sus piernas. TendrĆa que haber comprado un metro mĆ”s, pensĆ³. AgarrĆ³ la hoja metida en un folio que tenĆa al costado. La estudiĆ³ durante dos o tres minutos y la volviĆ³ a apoyar sobre la cama. Hizo una ese con la soga y con un extremo comenzĆ³ a dar las vueltas tal como en las indicaciones. Se dio cuenta de que lo habĆa hecho al revĆ©s. Lo desarmĆ³ y comenzĆ³ de nuevo. Mientras tanto, contĆ³ en voz alta las vueltas del nudo de la foto. Siete. Su nudo tenĆa cuatro. RecordĆ³ que en otro sitio de Internet habĆa leĆdo que la cantidad de vueltas tenĆa que ser impar. Otra vez lo desarmĆ³ y volviĆ³ a comenzar. Cinco vueltas. Cinco y siete debe ser lo mismo, pensĆ³ y se sintiĆ³ satisfecho, pero no supo cĆ³mo hacer para que el nudo quedara ajustado. Tuvo que usar su sentido comĆŗn. PasĆ³ el extremo que le quedaba suelto por dentro de las vueltas. Se fastidiĆ³ porque no era tan estĆ©tico como en la foto. Dispuso la parte circular hacia la derecha y probĆ³ el mecanismo. Uno de los extremos estaba fijo, mientras que el otro se deslizaba. Perfecto, dijo en voz baja. Se levantĆ³, alzĆ³ la soga hacia el ventilador de techo y se dio cuenta de que le habĆa quedado demasiado larga. Tuvo que repetir el procedimiento tres veces mĆ”s hasta que logrĆ³ una longitud que le permitiera ponerse la soga al cuello y que al mismo tiempo fuera lo suficientemente distante del piso como para que sus pies quedaran colgando.
Estaba transpirado pero no se sacaba el pulĆ³ver azul. Ya estĆ”, se decĆa, ya estĆ”. CorriĆ³ la mesa de luz de Marta y luego la cama matrimonial hacia un costado hasta que hizo tope contra la pared. Puso la silla en medio de la habitaciĆ³n. Se estaba subiendo cuando escuchĆ³ el ruido de la puerta de entrada y los pasos de Marta. Se quedĆ³ inmĆ³vil, parado sobre la silla. Los pasos se alejaron hacia la cocina. PensĆ³ en abortar todo, pero extendiĆ³ los brazos hacia el ventilador de techo. Cuando llevĆ³ la cabeza hacia atrĆ”s, las luces lo enceguecieron. Se dio cuenta de que si las lamparitas estaban calientes no iba a poder sujetar bien la soga. BajĆ³, apagĆ³ esa luz y encendiĆ³ el velador de Marta. VolviĆ³ a subir, lanzĆ³ la soga hacia el ventilador para ajustarla pero no alcanzĆ³. MirĆ³ a su alrededor, vio los almohadones grandes sobre el acolchado. Se bajĆ³, los puso sobre la silla y subiĆ³. AlzĆ³ las manos, tambaleĆ³ un poco y tuvo que saltar al piso porque un almohadĆ³n se deslizĆ³ sobre el otro. InsultĆ³ a la tela de los almohadones, con gusto los hubiera prendido fuego, pero no era momento de complicar las cosas. Se le ocurriĆ³ poner la mesa de luz sobre la silla. MidiĆ³ las superficies con la vista y lo terminĆ³ descartando. No habĆa salida, tenĆa que ir hasta el lavadero a buscar la escalerita. MetiĆ³ la soga debajo de la cama, se secĆ³ la transpiraciĆ³n, sacudiĆ³ las manos contra el pulĆ³ver azul y saliĆ³. Le digo que se quemĆ³ una lamparita, pensĆ³ mientras iba por el pasillo. Cuando atravesĆ³ la cocina, Marta lo mirĆ³ pero Ć©l no dijo nada y ella tampoco. AgarrĆ³ la escalerita y volviĆ³ al dormitorio. BuscĆ³ la soga, subiĆ³ a la escalera y volviĆ³ a lanzarla hacia el caƱo del ventilador. Le dio dos vueltas y cuando estaba por ajustar el nudo se dio cuenta de que no habĆa medido la altura, entonces lo dejĆ³ flojo y bajĆ³. AcercĆ³ la silla, se parĆ³ encima y se puso la soga al cuello. Demasiado larga, terminarĆa con los pies en el piso. VolviĆ³ a subir a la escalera, deshizo el nudo flojo y las dos vueltas, midiĆ³ para que quedara un poco mĆ”s corto. BajĆ³ otra vez, subiĆ³ a la silla como ensayando y asĆ dos veces mĆ”s. Cuando le pareciĆ³ que estaba listo, volviĆ³ al peldaƱo mĆ”s alto y decidiĆ³ darle tres vueltas al nudo del caƱo, luego metiĆ³ un extremo por dentro de las vueltas. TironeĆ³ un poco. EstĆ” bien, se dijo en silencio, lo hiciste. BajĆ³ y dejĆ³ la escalera contra la pared. PensĆ³ en Marta y repitiĆ³ su propia imagen un rato antes, pasando por la cocina. DecidiĆ³ que era mejor tener el sobre en el bolsillo, un poco salido, para que fuera lo primero que viera Marta y lo manoteara desesperada. Lo sacĆ³ de la mesa de luz. Mientras lo doblaba le cayĆ³ una gota de transpiraciĆ³n que hizo un cĆrculo en el papel, lo metiĆ³ en el bolsillo del pantalĆ³n, dejando poco mĆ”s de la mitad visiblemente afuera. UbicĆ³ la silla justo debajo del ventilador. SubiĆ³, se le cayĆ³ el sobre. BajĆ³, lo buscĆ³ y lo volviĆ³ a acomodar. SubiĆ³ de nuevo, apoyando su mano en el sobre para que no se moviera. MetiĆ³ la cabeza dentro de la soga. RespirĆ³ hondo. PensĆ³ en masturbarse. Lo tendrĆas que haber hecho antes, se dijo, casi como un reproche. OyĆ³ los pasos de Marta en el pasillo. La escuchĆ³ detenerse del otro lado de la puerta. Pudo escuchar su propio pulso. CerrĆ³ los ojos apretando los pĆ”rpados.
Natalia Zito,
Buenos Aires, EdM, diciembre de 2013
2 Comments
Me ha parecido un relato excelente. Natalia, la felicito
ReplyDelete¡Muchas gracias!
ReplyDeleteNatalia Zito