En el Salón del Libro de París de 2014, Leandro Ávalos Blacha (Quilmes, 1980) leyó el siguiente texto en el panel « Literaturas emergentes ». El autor de Berazachussets, Premio Indio Rico 2007, hizo hincapié en la ineficacia de describir lo emergente en un literatura que está en plena ebullución.
En un mapa de nuevas voces de la literatura argentina se puede encontrar una gran variedad de registros, distintos modos de edición y de circulación de los textos. Mientras siguen apareciendo editoriales independientes, muy visibles en Buenos Aires, y cuyos autores, en algún momento nóveles, ya son reconocidos; también aparecieron muchas editoriales en el interior, varias especialmente en Córdoba como Nudista o China editora, y apuestas a la edición digital, como Los-proyectos, cuyo catálogo es íntegramente en ebook. Sumado a los ciclos de lecturas en bares o a algunos premios literarios, de estas zonas suelen surgir las primeras herramientas de difusión para los escritores inéditos.
Dentro de esas voces creo que una marca de la época es la mayor aproximación a géneros como el fantástico, la ciencia ficción y el policial, de manera híbrida, mezclándolos o adoptando algunos de sus elementos como herramienta para enrarecer las historias y crear climas. Así ocurre en el excelente libro de relatos de Luciano Lamberti, El loro que podía adivinar el futuro, donde lo más extraño, fantástico y fatal que se pudiera imaginar de la realidad irrumpe con total naturalidad y aceptación para los personajes. No hay sorpresas ni intentos de encontrar una explicación a los fenómenos. En uno de sus cuentos, el narrador no tiene dudas de que tras una excursión por un “bosquecito” su hermano es habitado por algo que se apropió de él y lo devoró por dentro. Sus amigos lo perciben y mantienen distancia, les produce escalofríos su cercanía, como también a su madre, que hasta intenta atacarlo con un cuchillo. El narrador, pese a todo, convive con ello y lo acepta, incluso tras creer haber visto un día a su verdadero hermano desde un colectivo. Continúa la rutina y con su vida. En otros cuentos descubren portales a un país de gigantes; llegan visitantes de otros planetas, los Residentes, unos telépatas con la capacidad de dislocarse que no traerán ninguna respuesta a las preguntas trascendentales de los humanos. Y como llegan, se van. No solo la realidad no tiene límites en estos cuentos, tampoco las capacidades del hombre y los animales. Así un joven, que sufre toda clase de accidentes, genera fenómenos paranormales con una telekinesis inconsciente, un anciano puede mantener diálogos con el oso de una Feria estatal, y descubrir que su violencia se debe a una fuerte depresión, o un loro es capaz de enseñar el futuro a sus dueños a cambio de someterlo a sus peores deseos, a lo largo de la historia de la humanidad.
Otro autor, Ricardo Romero compuso la trilogía El síndrome de Rasputín / Los bailarines del fin del mundo / El spleen de los muertos, donde las peripecias del folletín y la novela de aventuras se combinan en un escenario propio de Blade Runner: una Buenos Aires devastada, con parte de sus barrios incendiados, gente viviendo en los subtes, con dos obeliscos, y con zonas de los suburbios convertidas ahora en clínicas y asilos. A ese clima hostil intentan sobrevivir tres amigos afectados por el síndrome de tourette, sin ninguna aspiración de ser héroes, pero envueltos en las trampas de unos gemelos pornógrafos o en los planes de un científico loco que habita el Centrodelatierra, un lugar legendario y secreto del que nunca salen quienes descienden.
Quizás una de los tratos más “puros” en cuanto al género sea la novela de Martín Felipe Castagnet, Los cuerpos del verano, que recibió el premio de la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs de La Marelle, una novela en la que gente ya casi no muere (solo unos pocos eligen hacerlo), porque su consciencia puede mantenerse en internet, “en flotación”, hasta que sea transferida, o “quemada”, en un nuevo cuerpo. Esta circulación de la subjetividad y de los cuerpos rompe con la edad y el sexo como algo definitorio (hay hombres en cuerpos de mujer, y viceversa, o ancianos en cuerpos jóvenes), ya no hay generaciones sino multiplicaciones en las familias, los cementerios dejan de existir (o pasan a ser museos), los cuerpos se vuelven un recurso natural valioso, las religiones quedan en jaque, un paso atrás de la tecnología, y hay algo de la identidad cultural misma que se disuelve (como el hecho de que Japón esté lleno de cuerpos occidentales).
Y aunque generalmente lo emergente y lo nuevo se asocian a lo joven, esto nada tiene que ver con la literatura. Si pensamos en la originalidad de la voces, pocas escrituras tienen la fuerza y particularidad de Aurora Venturini, quien ganó un premio de Nueva novela a los 85 años y que a los 90 contó en Los rieles cómo fue su experiencia de estar muerta, literalmente, tras un accidente en el que se rompió todos los huesos. La voz de Los rieles emerge “en el límite de todas las edades” y mantiene una lucha por mantenerse en la superficie, por entretenerse con los recuerdos del pasado, para no pensar en el asesino que vive dentro suyo, en ese cuerpo astillado, débil, que se asemeja a “un desastre óseo”. Y no se trata del miedo a la muerte, sino a volver a ese más allá, tortuoso, que la narradora ya conoció y le pareció horrendo. Tras su regreso de la muerte, el accidente la ubica en un lugar infantil: debe volver a aprender a caminar y a comer, como una “nena no muy dotada”. Como en la novela de Castagnet, muchas veces Venturini se para en los desajustes entre la edad y la capacidad física o intelectual. En Las primas, la novela con la que ganó el premio de Página 12, Venturini elabora una genealogía de monstruos: un linaje de mujeres maldito: una hermana lisiada, babosa, encorvada como un bicho, con cabeza de búfalo, cuyo cuerpo se desarrolla con extrema rapidez, mientras mantiene una edad mental de 4 años; una prima enana; otra con seis dedos; una narradora que no aprende a leer ni a escribir y que envejece sin perder su mirada de niña, cruda, extraña, esforzada en comprender el mundo adulto sin lograrlo. En estas figuras de Venturini también reside otra de las categorías más presentes de la narrativa actual: la del monstruo. En la novela de Carlos Busqued, Bajo ese sol tremendo, las vidas de los personajes transcurren como por una galería de lo monstruoso: documentales de la televisión por cable y páginas de internet sobre bestias y hechos insólitos, pornografía hardcore con las prácticas más degradantes, la naturaleza misma, donde bajo sol fulminante del Chaco un pequeño escarabajo puede ser letal para cualquier criatura o las víboras son capaces de devorar a un cerdo. Entre ellos, el mayor de los depredadores: el hombre. El que asesina a su familia, y luego se suicida, o el dúo que se cruza el hijo sobreviviente de esta, convocado al pueblo por el crimen, Duarte y Danielito, una pareja dedicada a los secuestros sin ningún límite para la tortura y el dolor; que como dos aves de rapiña sobrevuelan las zonas más profundas de la Argentina en busca de nuevas presas.
Leandro Avalos Blacha
Buenos Aires, EdM, abril 2014
1 Comments
Quisiera comunicarme para una nota periodística.
ReplyDeleteSoy redactor del diario Crónica y también de una publicación del sur
del Conurbano. Me encantaría pautar una entrevista contigo , desde ya
muchas gracias y disculpas si no sos la persona indicada. Este es mi
correo robertorleiva@gmial.com y mi tubo es 156 517 1341