Caras y monedas. Steilos Faitakis, por Miguel Vitagliano







Las obras del griego Steilos Faitakis (Atenas, 1976) parecen dialogar con el muralismo mexicano cuando parecen recrear los modos iconográficos del arte bizantino; pero sobre todo en los momentos en que parecen colarse en las historietas y asaltan los manuales de historia para intervenir la imagen de Mao o la figura tecnológica de Nikola Tesla puesta en la hoguera junto a la quema de los libros de los nazis en lo que parece ser el arte callejero dispuesto a visitar las bienales de arte. Los murales de Faitakis se mueven entre todo lo que parecen, pero no se quedan fijos en una única forma. Contrastan a la perfección con la tensa situación político-económica que vive Grecia con la hegemonía del poder europeo: allí todo está empeñado en repetir lo mismo para disimular lo único previsible.


       Caer en “el lugar común” no es el problema, lo patético es no moverse para salir de allí. Faitakis no quiere ser un artista “comprometido”, aun cuando sus trabajos insisten en representar revueltas sociales contra el capitalismo globalizado o escenas con rebeldes palestinos. “No podría hablar sólo de temas que ofrecen una visión del mundo demasiado evidente”, dice en una entrevista con Hugo Vitrani en el diario Mediapart (23/7/2015): “Trato de buscar lo más profundo en los temas, no sé si soy particularmente bueno para hacerlo pero ese es mi objetivo y lo que me justifica como artista.”




       A mediados de los 90, recién egresado de la Escuela de Bellas Artes de Atenas, participó en los grupos de grafiteros que daban vueltas en la ciudad. Faitakis prefiere no reconocerse sólo en ese contraste. Elige otro. Asegura que fue el descubrimiento de las artes marciales, especialmente el kung fu, lo que terminó por definir su rumbo. Y sus trabajos parecen –una vez más: parecen- ofrecer rastros de esa evidencia. Por ejemplo, en la exageración de esa gestualidad de poses de combate que hace de lo irreal un código para asomarse a lo imposible real –esa característica que la actuación del cine expresionista mostró por última vez en la cultura Europea en los años 20 y que en el mundo asiático persiste en esos cambios abruptos de tonos de voz.







       Pero también, y sobre todo, se trata del kung fu convertido en un modo de ver –una manera de sentir que define el contacto con las cosas- que se funde con las historietas y el cine antes de asomarse a las calles. Por eso las figuras de Faitakis cargan en su fisonomía mucho de Los Caballeros del Zodíaco y de Meteoro. Un mundo de mechones firmes, pieles lisas y colores hechos a pantalla.


       La realidad representada en los murales de Faitakis es una convergencia de mundos imaginados. Lo que parece imponerse como un registro de la realidad es la fantasmagoría de la imaginación. Tal vez el presente necesite cambiar la pregunta “qué es lo que hace el arte con la sociedad” por “qué hace la sociedad con el arte”. Es decir, preguntarse por el valor que se le asigna a la imaginación, la víctima más indolente en estos tiempos, la que no encuentra un único rostro ante el espejo. Faitakis dice que no puede ser ajeno a cuanto sucede a su alrededor, pero se niega a ser considerado un artista “comprometido”, cada una de todas las veces que buscan que repita lo mismo. Y es más que reivindicable que no acepte ser lo que parece.


       Lo extraño sería aceptar ser lo que los otros dicen.


       Eso es estar empeñado.


     La Unión Europea establece que ningún país del área del euro puede tener un endeudamiento mayor al 60% de su PBI. Grecia casi triplica esa cifra; Italia y Portugal la duplican, luego siguen Irlanda, Bélgica, España… Sin duda que habrán de disimular lo previsible.


     Sólo expulsando la imaginación, una parte inescindible de la realidad, se podría creer que una moneda única es la solución para países que ni siquiera se parecen. De ser así la moneda única borraría todas las caras imaginadas.


     Faitakis coloca aureolas santas en sus personajes, a veces los envuelve en una pátina dorada y los expone como frescos de iglesia. Parecen monedas acuñadas sobre lo sagrado, pero mucho después de que lo sagrado haya sido profanado.





Miguel Vitagliano


Buenos Aires, EdM, julio 2015

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