"Carne rota", por Flavia Pantanelli




Flavia Pantanelli ha publicado relatos en distintas antologĂ­as argentinas y extranjeras. Siempre con tonos muy diferentes, como si cada relato prefiriera andar en vez de quedarse sentado. Y esto es lo que el lector se pregunta en “Carne rota” mientras escucha a la presa inmĂłvil de ese perro. O mientras piensa en ese perro y en largo viaje del narrador hacia el fondo de sus ojos.

     El relato forma parte de Carne rota, su segundo libro de cuentos, editado hace pocos meses por la editorial Modesto Rima.





Carne rota





Turco, servime otra.


      Y cĂłmo querĂ©s que ande Turquito, todavĂ­a no puedo pisar bien del todo. Me tira la pierna, de noche me arde como el fuego. Mañana tengo que volver al puesto, todavĂ­a con la pierna inĂştil. Y ahĂ­ va a estar el patrĂłn. El patrĂłn de mierda y su perro tambiĂ©n de mierda.


        Lo calĂ© enseguida, apenas lo vi, que ese perro era jodido. Fue al pedo decĂ­rselo a Don Julio, quĂ© me iba a dar bola, creĂ­do, como todos los de la ciudad. No, si el patrĂłn es mas gil con los perros que con las minas. Al menos Ă©ste no lo cornea, pero ya le bajĂł como tres terneros. Pedazo de perro es, para que te voy a mentir. Un ovejero como hace mucho que no se ve.


       Dame otra caña, Turco. SĂ­. Ya sĂ© que es la Ăşltima. A ver si se me apaga un poco algo acá adentro.


        Más de una vez le dije al viejo que el Rob se le estaba cebando.




        Salud, hermano.


     Una tarde, mientras volvĂ­a de la ronda, lo vi corriendo a los animales, entreverado con otros perros, de los que cruzan la alambrada. Y yo de perros sĂ© largo rato.


      Se lo vi en la mirada. La mirada roja del perro cebado de sangre. Se debe haber cebado primero de hembra. DespuĂ©s de sangre. QuĂ© carajo importa si un perro es de raza, o de monte. Un perro es un perro y, o tiene huevos, o no tiene.


       Y Ă©ste tiene. CreĂ©me, este tiene.


      Al principio no se siente mucho, y uno un poco se lo toma a joda, cree que el bicho está jugando.   DespuĂ©s, cuando ves que no larga, cuando sigue y empieza despacito a doblar la cabeza para la derecha sin dejar de mirarte con esos ojos de diablo y tira para la izquierda; tira de la carne y sentĂ­s como un trac y despuĂ©s otro trac de los mĂşsculos, los tendones cortándose, reventándose, ahĂ­ todavĂ­a no sentĂ­s dolor.


     No, no es dolor lo que sentĂ­s, es otra cosa y cuando empieza a saltar la sangre, te quedas mirando porque no entendĂ©s quĂ© es eso, ahĂ­ tampoco.


      Ah…me das la yapa. Salud Turco. A ver si me agarro una curda y despuĂ©s le van con el cuento al patrĂłn, que lo vieron a Caballero salir borracho de lo del Turco.


       El dolor viene despuĂ©s, cuando la cosa empieza a enfriarse, y te ves la carne colgando del flanco, y algo ahĂ­ te late y no es el corazĂłn porque está en tu pierna, debajo de la rodilla, y la sangre que antes era roja y lĂ­quida se empieza a poner negra. AhĂ­ sĂ­ duele, pero lo que te mata es la desesperaciĂłn porque sabĂ©s que estás a dos potreros del puesto, y montás con la fuerza de los brazos, porque la pierna la tenĂ©s inĂştil y gracias a dios que el caballo sabe el camino, porque quedás boleado, cruzado en el apero y el campo se empieza a poner amarillo, tan amarillo como el cielo. Y de pronto ves todo negro y lo Ăşnico que brilla en la negrura son los ojos del bicho, esos ojos endemoniados y seguĂ­s escuchando por dĂ­as y dĂ­as el trac, trac de tu carne rompiĂ©ndose.


       Y mañana va a estar ahĂ­, tirado a los pies del patrĂłn. Los dos tomando el fresco en la galerĂ­a, y mientras Don Julio da las Ăłrdenes del dĂ­a, el Rob se va a estar lamiendo las patas o descarnando algĂşn hueso igual que descarnaba mi pierna, mientras el viejo le pasa la mano por el lomo, le acaricia las orejas. Y yo: SĂ­, Don Julio, No, Don Julio, que no me vuelvo a meter con su perro. SĂ­, Don Julio, es como usted dice. SĂ­, Don Julio, hay dos terneros muertos en la zanja. No, Don Julio, no son cazadores furtivos, son los perros cimarrones. Si, Don Julio, mañana mismo le arreglo el alambre.


       Pero mirá, Turco: cualquier dĂ­a de Ă©stos, apenas el viejo salga para la Capital me lo agarro al perro, lo llevo al bañado en la chata, y como que me llamo Carlos JosĂ© Caballero, ahĂ­ nomás, le meto un chumbazo en la boca.




Flavia Pantanelli, 


Buenos Aires, EdM, enero 2018






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