“Ustedes sienten más miedo al pronunciar esta sentencia que yo al escucharla”, dicen que dijo. Y fue lo último que dijo. Porque a continuación le trabaron la lengua con un bocado de madera para impedirle blasfemar. Dicen también que se negó a besar la cruz y que los vecinos de Campo Dei Fiori sintieron durante días el olor a carne chamuscada. El infierno que le adjudicaron por librarse a la magia y la herejía, lo había conocido antes de su muerte: durante los nueve años que duró su reclusión en las mazmorras del Santo Oficio, el cardenal Bellarmino le infligió una veintena de interrogatorios (éste se ocupó a continuación de Galileo pero tuvo que esperar tres siglos para que el papa Pío XI le concediera una aureola).
Unos meses antes de su detención en un palacio de Venecia, Giordano Bruno le había dictado a un discípulo alemán un texto intitulado De Vinculis in genere (Acerca de los vínculos en general). Este borrador tiene la virtud de no haber atravesado, como otras obras, la criba de la prudencia doctrinaria. El discípulo, afortunadamente, puso a salvo el manuscrito y éste sobrevivió olvidado en un archivo moscovita hasta su publicación a fines del siglo XIX. Hubo que esperar, no obstante, un siglo más para que la revista Rinascimento ofreciera la primera edición crítica bajo el escrupuloso cuidado de Elisabetta Scapparone y Nicoletta Tirinnanzi.
Quizá no sea superfluo recordar que el vocablo vinculum aludía en latín a una ligadura muy precisa: aquella que el vencedor (vinciens) le imponía a los vencidos. De modo que este texto aborda el problema de la sujeción en general y, como consecuencia, de la dominación o el poder. El mismo Bruno recordaba que el vinciens (el que vence y el que liga, o incluso, sugiere en algún momento, el que obliga) es fundamentalmente un guerrero. El orador, sin embargo, desempeña mejor que nadie esta labor. Porque la palabra es, en el pensamiento bruniano, más potente que las armas. Y esto es así, sobre todo, cuando nos internamos en la floresta de los “vínculos civiles”, esas múltiples obligaciones gracias a las cuales los hombres logran vivir juntos sin desenvainar la espada a cada paso.
Pero Bruno no le consagra esta obra solamente a los lazos que hoy llamaríamos, más bien, sociales, sino al vínculo, como él dice, en general. Y a éste le asigna un nombre preciso: el amor. Venus y Cupido son dos personajes centrales de la obra del nolano. El amante, diríamos todavía hoy, se encuentra cautivado, subyugado, prendado por el ser amado, y el propio Bruno nos recuerda que el verbo fasciare, de donde viene fascinare, alude a la acción de atar o amarrar. La seducción sujeta más que las cadenas dado que apenas si éstas apresan a los cuerpos. Cautivan las formas sensuales de la joven pero también las palabras convincentes, o vinculantes, de la política y la religión. Subyugan los ojos de la amada pero también los argumentos sutiles del filósofo. Los poetas saben desde siempre que la palabra seduce o, más precisamente, que encanta, pero saben también que este canto es el canto del deseo: “Un orador despierta ciertos sentimientos”, decía más discretamente Bruno, “cuando él mismo los experimenta”. El nolano hubiese aprobado seguramente una expresión lacaniana como “sujeto deseante”, pero la habría considerado, a su vez, un pleonasmo: desear y estar sujeto eran, desde su enfoque, sinónimos.
Para el italiano, en cambio, hubiese resultado contradictorio hablar de “una multiplicidad”. Aquello que es múltiple no podía ser, de ninguna manera, uno. La metafísca, desde sus orígenes, giró en torno a ese principio: una cosa sólo es cuando es una cosa. La pura multiplicidad no es una cosa. Cuando algo se disgrega, de hecho, decimos que desaparece. Hace falta que la entidad se encuentre unida para que aparezca como tal. El vínculo es entonces la condición de aparición de las cosas (los romanos llamaban vinctor a quien reunía ligando). Una cosa sólo dura en la medida que alguna ligadura congregue la diversidad de sus partes, del mismo modo que una ciudad sólo perdura en la medida que logre conjurar, en su interior, las guerras civiles. Bruno repite, en este aspecto, la figura del poder denominado pastoral: el vínculo reúne al rebaño o evita que la grey se disgregue. Y si ese pastor es el amor, la pura multiplicidad sería la consecuencia del desamor, o incluso el odio, entre las partes. De donde se infiere que la atracción y el rechazo se comparten este mundo: si todas las partes se amaran las unas a las otras, no habría más que una cosa; si se aborrecieran mutuamente, no llegaría a haber ninguna. Muchos comentaristas coinciden en sostener que De Vinculis es la obra más original del filósofo de Nola. Y es cierto. Pero en el momento que Bruno parecía haber hallado una vía intransitada para sus meditaciones, regresaba a la vieja ruta de la tradición metafísica. Porque ésta siempre pensó el problema del ser, o de la aparición de las cosas como tales, en términos lógicos, eróticos y políticos: el señor que une a las multitudes en una ciudad (polis) se llama tanto amor (eros) como palabra (logos). Ninguna de las facciones de la ciudad puede arrogarse, aun así, el derecho de esgrimir estos primeros principios para defender sus posiciones. El ser no tiene favoritos. Mal que le pese a los hombres, el amor y la palabra no se limitan a instaurar los vínculos justos y nobles, y por eso Bellarmino y el Santo Oficio hubiesen podido afirmar: “A nosotros también nos hizo Venus.”
Dardo Scavino (Paris)
2 Comments
-Bruno " UN VALIENTE DE HONOR " frente a la ignorancia violenta que creia, decia y se afirmaba como verdad absoluta, EL sin verdades cientificas, solo con su intelecto prodigioso, convencido de su verdad por su inteligencia superior y su lucidez iluminante, sostuvo su verdad contra los impios barbaros ignorantes y satanicos armados con antorchas y piras como unico argumento para sostener una cruz flameante. El estado vaticano, asi con minuscula, no ha pedido perdon aun por crimen tan atroz ni por los que ha cometido hasta nuestros dias.
ReplyDeleteQue buen texto éste... Me parece que es de El señor, el amante y el poeta, gran libro. Me atrevo a recomendarlo, a ése y a La filosofía actual, indispensable para toda persona culta que quiera entender que es lo que andan pensando los filósofos hoy en día. Además me encanta que hayan elegido el texto sobre Bruno, un héroe de la tan vilipendiada modernidad.
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