«…Basta leer algo de su llamada filosofía para descubrir inmediatamente qué clase de idiota es usted. El otro día leí en un diario suizo alemán algo que evidentemente usted había dicho: ´Vivimos en una época que tiene tres revoluciones por delante: la lucha de la juventud contra la vejez; la lucha de la pobreza contra la riqueza y la lucha de la estupidez contra la inteligencia…´ (…) Le digo categóricamente que las tres revoluciones que lo inquietan no las tenemos por delante, sino que han caracterizado a todas las generaciones de todos los siglos».
Así era la carta que un hombre común le escribió a Bertrand Russell en 1958. La respuesta no se hizo esperar:
«Estimado señor:
Hay una categoría de idiotas que usted ha omitido mencionar. Es la categoría de quienes creen lo que leen en los diarios. Yo nunca hice la declaración que usted cita.
Lo saluda atentamente,
Bertrand Russell»
Si algo llamaba la atención de sus contemporáneos era la asombrosa capacidad de Russell para responder el casi centenar de cartas que recibía a diario. Se calcula que escribió una carta cada treinta horas de su vida. Sabemos que contestar cartas no era, ni mucho menos, la única actividad del premio Nobel de Literatura de 1950. Ante semejante volumen de correspondencia cabe preguntarse de dónde sacaba el tiempo para tanto. Una de las claves era sus repuestas sintéticas: Russell siempre iba al punto. Y la otra era la puntillosa organización de su tiempo. En carta a un profesor de Budapest nos cuenta cómo organizaba su día: de 8:00 a 11:30 se ocupaba de la correspondencia; de 11:30 a 13:00, mantenía entrevistas; entre las 14:00 y las 16:00 leía y desde las 16:00 hasta las 19:00 escribía o mantenía entrevistas y desde las 20:00 hasta la 1:00 seguía leyendo y escribía. Russell era un hombre metódico. Y resulta lógico si hablamos de uno de los matemáticos más importantes de la Historia.
Entre sus corresponsales aparecen los más célebres hombres del siglo XX (el propio Russell fue uno de ellos). La lectura de esas cartas ya de por sí dan una buena cartografía de la historia política y la producción intelectual de ese siglo. Pero lo interesante del caso es que Russell también se preocupaba por responder las miles de cartas enviadas por ciudadanos comunes de todo el mundo. Pocas veces un intelectual mantuvo semejante intercambio epistolar con el público. Respondía a todos: a creyentes preocupados por la religión y el ateísmo; a librepensadores que le planteaban múltiples problemas; a adolescentes preocupados por la sexualidad, la masturbación y la holgazanería; a otros adolescentes preocupados por cómo formar un criterio propio; a ancianos que deseaban mantenerse vivos y útiles; a niños que lo invitaban a tomar el té; a fabricantes de whisky; a mujeres que le insinuaban matrimonio; a dibujantes que le hacían retratos; a amantes de la cocina; incluso respondía, con inalcanzable altura, a quienes lo insultaban, como leímos en la carta con la que iniciábamos estas líneas… La lista de corresponsales es bien larga, indudable prueba del interés de Russell por los problemas y las angustias del ciudadano común. No es necesario detallar aquí el profundo compromiso de Russell con la libertad de pensamiento, con la justicia, la paz y el desarme. Encabezó numerosas campañas de desobediencia civil, y a la edad de 89 años estuvo siete días en una prisión británica por haber formado parte de un acto de protesta contra las armas nucleares. Russell ocupó un lugar destacado como intelectual por sus excepcionales dotes, porque era académico y porque sabía cómo llamar la atención de la opinión pública para discutir los problemas de su tiempo. Pero también ocupó ese lugar porque el público lo colocó allí con sus cartas, en una época aún fuertemente epistolar. Un público que le planteaba problemas y lo consultaba impulsado por múltiples preocupaciones, desde las más banales hasta las más profundas. Y todas las mañanas del año, entre las 8:00 y las 11:30, Russell se encargaba de satisfacer esa demanda. Mañanas ya algo lejanas en las que no sólo se trataba de insultar políticos, de opinar acerca de tal o cual personalidad de la farándula o de ganarse entradas para recitales.
Alcides Rodríguez (Buenos Aires)
2 Comments
Mi admiración por este inmenso pensador, con el que no siempre estoy de acuerdo pero que siempre es estimulante, es infinita. Hay un librito (lamentablemente muy difícil de conseguir) que recopila algunas de sus intercambios epistolares. Además de ser muy divertido es un verdadero alegato por la libertad de pensamiento, la razón, y la paz, temas que fueron la constante de su pensamiento a lo largo de toda su larga vida.
ReplyDeleteEs, sin duda, uno de los mejores filósofos y lógicos que han legado su pensamiento. La teoría de las descripciones definidas es una premisa fuerte para sustentar esta tesis.
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