J. L. Borges
San
Cristóbal haciendo esquina y recostada sobre ella, un Peugeot 206
metalizado. Dos adentro y dos afuera, una mochilita por cabeza,
sonrisas y expectativa en el tupido cejamén del conjunto. Son cuatro
y parte de un contingente mayor, armada Brancaleone y repulgue en
torno de Matías Reck, Esplendor Editorial responsable de Milena Caserola, Kali de mil brazos,
ramificaciones, presentaciones y formatos con un solo objetivo:
apretar el pomo hasta hacer de la editorialía una experiencia
horizontal y común, en la que todo el mundo produzca los libros que
desee y obtenga por ellos el reconocimiento que hoy se reserva a
sellos exquisitos como –un ejemplo– La Bestia Equilátera. En
definitiva: expoliación proletaria en el campo cultural: se viene el
estallido.
–Está
todo bien, muchachos, todo es relativo –Esplendor Editorial
mediando en una de las reuniones previas del Córdoba Tour–. El que
quiere las vende y el que no, no. En todo caso, la rifa se hace el 9
de octubre en Eterna Cadencia, ¿estamos? Es por un e-reader…
ehhh, por un i-pod, un pad… por un Kindl. La
pantallita ésa para leer libros e. Chicos: pongámonos las pilas –y
sonrisa de gato Cheshire.
El
auto tragó asfalto casi enseguida, con un fondo de cháchara acerca
de “la invitación”. Le decían así para acortar, pero se
trataba en realidad de un esfuerzo colectivo autogestivo que gracias
a rifa, fiesta e imaginación logró transportar alrededor de una
docena de almitas deseantes de la Ciudad Autónoma hasta Córdoba
Capital para asistir a un par de actividades en el marco de la Feria
del Libro 2012. Algunos viajaron en micro, otros en auto. Entre
viernes y sábado a la mañana, ya todos se encontraban en camino.
–¡Córdoba
Capital! ¡Uuuuuuuuu: allá vamos!
El
ánimo al interior de la voiturette es festivo. Rosalba, la
única mujer del conjunto móvil, se repantiga en el asiento de atrás
y se recluye por un momento en sí misma, observando al acaso la
oreja derecha de Van Gogh, que maneja con solvencia el vehículo que
la generosidad de su hermano ha puesto a disposición de los
expedicionarios de fin de semana. Tiene el interior algo abollado
porque está dejando Amor e hijo en Buenos Aires, librados a las
disyuntivas de 48 hs. sin ella. Qué desprendida es: ya en camino y
todavía ni un minuto de pensamiento para lo que la espera al final
del camino porque tiene el cerebro atascado en la puerta de su casa,
padre e hijo saludando sonrientes con la mano, como si su partida
fuese nada, lo más normal, distendidos y hasta ¿contentos? de verla
partir en pos de su sueño. No sabe si alegrarse o angustiarse.
Medita Rosalba y mientras, sigue la conversación que la envuelve con
distancias, víveres y proyectos a realizar en esos dos días que se
avecinan para todos en Córdoba.
–Yo
voy a engarzar una tradición de escritura que me parece válida en
lo que tiene que ver con el campo actual de la literatura
mediterránea en nuestro país –Proust deja entrever su as en la
manga–: para metérmelos en el bolsillo. La gracia del asunto sería
dejar claro que nosotros estamos al tanto de lo que se está
escribiendo fuera de nuestra provincia, en otros lados, para
desarticular la percepción prejuiciosa de que los porteños vivimos
admirándonos el ombligo.
Los
demás no saben de qué van a hablar. No tienen, todavía, tema o
prefieren improvisar. La propuesta de la editorial busca presentar
una porción de la Nueva Nueva Narrativa Argentina al público
cordobés, pero en ningún momento nadie se expidió acerca de la
manera de hacerlo. Rosalba siente ganas de comentar una hipótesis en
proceso acerca de la posibilidad de pensar una literatura femenina
anclada no en el sexo de su productor, sino en una serie de temáticas
que considera propias de su género: la crianza de los hijos, el
trabajo en el hogar, la limpieza, etc. Comentarlo, de todas maneras,
le da algo de pudor porque en el fondo –y ni siquiera tan al fondo–
es consciente de que induce a partir de su propia experiencia, a la
cual no hay porqué otorgarle ribetes de universalidad.
–Falta
poner la llaga social sobre la mesa, loco, tenemos que escribir sobre
lo que está pasando, denunciarlo. No puede ser que maten a esa
pibita, Candela, hace un par de meses y ahora ya nadie se acuerda de
nada –Arlt flamea furia inflamado de enojo por la injusticia
social–. No puede ser, no va, así no va, loco.
–Lo
que no va es que a los periodistas culturales ahora se les haya
metido en la cabeza que el último grito de la nueva narrativa sea
Luis Othoniel Rosa, ¡¿quién carajos es Luis Othoniel Rosa?! –Van
Gogh se enerva detrás del volante–. ¡Nosotros estábamos antes,
loco, por qué no nos leen a nosotros, en lugar de ir a buscar
autores a Puerto Rico! ¡Harto me tienen! ¡Harto!
Al
contrario de lo que Rosalba hubiera sospechado, Proust y Arlt pronto
abandonan el tema de las estrategias a seguir en la mesa-debate para
explorar diferentes maneras de tranquilizar los lógicos temores de
sus respectivas mujeres, un poco sorprendidos todavía de que los
hayan dejado partir. Van Gogh es el único que parece disfrutar de
autonomía inconsulta.
–¡Porque
no quiero preocuparla sin razón! –Proust que reacciona–. Si le
llego a decir que dormimos los cuatro en el mismo cuarto se va a
preocupar. Yo la conozco. Es así, desde el primer día es así. Se
imagina… no sé: que soy Casanova. Sin razón, sin necesidad porque
yo la quiero a ella, y estoy reenamorado, pero no la conoce a Rosalba
y se va a pensar… Cualquier cosa es capaz de pensar la tontita.
Porque me conoce, obvio, me conoció antes, cuando yo hacía teatro.
Y no se quiere convencer de que cambié, de que toda la locura
terminó. Y no se quiere convencer porque me conoce, tiene razón. Al
final, tiene razón. ¡Lo que me va a costar este viaje cuando
vuelva! Ni quiero pensarlo, boludo, me voy a querer cortar los
huevos, ya lo estoy viendo.
Escucharlos
discurrir le hace bien a Rosalba, que sospecha en sí un exceso atroz
de pequeñoburguesidad del que jamás logra librarse del todo. Así
se lo hace entender Amor cada vez que surge el tema: “Sos una
borghesaccia de cuarta, Rosa, un mes pasa enseguida, y además
Ñeembucú está acá nomás, ¿para qué querés verme todos los
días? Yo no tengo tiempo para cafecitos, ahora hay que dar el
contragolpe”. Dejando caer los ojos por la ventana, felpudo verde
apretujando ruta por ambos lados, Rosalba comienza a olvidar Buenos
Aires y fantasear Córdoba, adonde va por primera vez. Maneja algunos
datos: que tienen un secundario universitario, el Colegio Nacional de
Montserrat, hasta 1997 exclusivo hogar de la testosterona cordobesa,
y que tuvieron Rodrigo, el que gorjeara “Soy cordobés” con ritmo
y alegría, quedando para siempre adherido a los tímpanos argentos.
Y tercero, que es provincia importante, conservadora, “mediterránea”.
Viajan al día siguiente del primer cacerolazo opositor al
cristinismo y Rosalba siente un vago temor por lo que puede suceder
en una provincia tan vacuna y terrateniente, sobre todo porque –con
matices– los cuatro cosmonautas de la autopista tienden a
encuadrarse desorientadamente en el afuera del conservadurismo bien
que supo perseverar en las hermosas sierras y viera morir a tantas
lumbreras literarias en plena juventud, desde Enrique González Tuñón
hasta José Guillermo Miranda Klix, todos idos en un rapto de
tuberculosis à la mode.
–¿Y
qué tiene que ver? Nosotros hacemos ficción, eso es lo que nos
interesa –Van Gogh mete papita en boca y husmea el horizonte
intentando vislumbrar si es momento de empalmar con la autopista
Rosario-Córdoba o todavía falta–. El problema es que no tenemos
visibilidad, eso es lo que tenemos que pensar: cómo hacer para que
nos tomen en cuenta, cómo hacer para entrar en el sistema.
La
conversación se entusiasma. Los puntos de vista se abalanzan con
perspectivas diferentes, desde tácticas distintas. Rosalba aprovecha
para rememorar en off que Amor ya no la lee. Le parece
innecesario: ya la tiene a ella ahí todos los días, ¿para qué
multiplicarla también sobre el papel? Probablemente, lo último que
le leyó fue su primera novela, cuando todavía estaban noviando y no
sabían muy bien quién era el otro. ¿Si ni siquiera él la leía,
cómo esperar que otros lo hicieran?
–Para
mí, la problemática que hoy en día enfrenta todo el campo cultural
es la creación de nuevos lectores. Cada vez hay más escritores y
menos lectores.
La tertulia coincide con
el aporte femenino y plantea la necesidad de una agrupación que los
nuclee.
–Podría
llamarse “Almagro”, ¿qué les parece? Tuvimos Boedo y Florida y
ahora tenemos Almagro y Palermo –dicotomiza Van Gogh con rapidez.
Son
necesarios casi cien kilómetros para que las hipótesis
interpretativas del contorno noisette que les es contemporáneo
se diluyan en esteros de silencio, que Rosalba rellena entones con su
búsqueda de precisión acerca de qué es lo que están yendo a hacer
a las sierras. Van Gogh, Proust, Arlt y Rosalba: cuatro escritores de
boudouir, escapando por la ruta Buenos Aires-Rosario para
participar en una charla, en el marco de la Feria del Libro de
Córdoba 2012. Las expectativas están por las nubes.
Cerca
de la medianoche, Van Gogh estaciona prolijamente el 206 frente a la
puerta del Lacandona Hostel y los cuatro porteños ingresan pensando
en ducha y cama para sacarse de encima la sensación de inutilidad
que les habían dejado las múltiples y consecutivas equivocaciones
en los empalmes ruteros, por no mencionar la multa que les hicieron
por circular –los dos pasajeros traseros– sin cinturón de
seguridad.
–Déjenme
a mí, que yo me lo chamuyo –Van Gogh se bajó confiado del
Batimóvil en busca del gendarme que se había alejado con el
registro de Rosalba, que iba al volante al momento del siniestro–.
Déjenme a mí, que a mí esto me encanta.
Pero no hubo De la Sota
ni excusa que valiera: $700 mangos para que aprendan, petrimetres de
río, $350 en pago anticipado.
–No
la pagues –aconsejó Van Gogh para distender, de vuelta tragando
ruta en el asiento del acompañante–. Son unos hijos de puta, no
nos pueden cobrar casi mil mangos por esto. Son unos hijos de puta.
Si no tenés que renovar el registro, no te pueden hacer nada.
El Lacandona es un hostel
muy bien: coloridas paredes pintadas con motivos selváticos,
comandantes Marcos y cooperativas guerrilleras sin nombre. Todo en su
lugar. Una entrada escueta que en seguida fuga hacia el primer piso y
luego, por izquierda, como es lógico, pieza común, cocina, salida
al patio, parrilla, baño de servicio, mesa de ping-pong y dos
habitaciones de cuatro. En la de la derecha amarra el colorido
grupete capitalino, sólo unos minutos porque en seguida consideran
que deben remediar el hambre huracanado que menea tripitas y conturba
ánimos.
“Milanesa a la
napolitana” pide Rosalba olvidando toda vergüenza y medida, y para
cuando traen las bebidas ya todo en la mesa es preocupación porque
al parecer la mujer de Proust no está para nada feliz. En lugar del
pernoctaje en casa de pariente, ahora resulta que el gordo se mete
como saeta con viento de cola en el hostel, cuando habíamos quedado
perfectamente que ibas a dormir a lo de Franco, ¿o no es verdad? ¿O
no es verdad que quedamos así? Todos muy compungidos, salvo Van
Gogh, que no entiende las declinaciones de la vida familiar y no se
ve con esos problemas en un futuro cercano. Rosalba ya dio aviso de
que llegaron bien, de modo que el próximo check point se
dilata hasta la mañana siguiente, 9:30 en punto, celular que
desgarra intimidad como fondo musical de la afanosa búsqueda
coreografiada por la interpelada, que no recuerda dónde lo dejó la
noche anterior luego de la serie descontrolada de match de
ping-pong, no, Amor, es que los demás todavía están durmiendo. Sí,
todos juntos, sí –Rosalba sale al patio con un nido de caranchos
nimbándole la sien, como todas las mañanas, tratando de hacer el
menor barullo posible–. Son dos camas dobles, Amor, ¡dobles no!,
¿qué digo? Marineras, Amor, marineras. Es que todavía estoy
dormida, a mí me tocó la de arriba. Sí, yo también. Sí, llamá
cuando quieras, obvio.
Rosalba
en pijama se hace cargo del protagónico de patio en esa mañana
veraniega, clima exquisito, en Buenos Aires estamos en otra estación.
La empleada del hostel, aplicada a la limpieza de las baldosas del
patio, la mira e intenta componer un verosímil posible para lo que
ve. Ante la duda, decide buendiarla. La buena educación impera y
Rosalba parte rumbo al baño del primer piso porque le parece que es
lo lógico, lo que hay que hacer luego de levantarse en Córdoba un
día cualquiera de primavera. Pero no llega. Todavía en el patio,
topa con colorida e inesperada Crítica Literaria, una Crítica
Literaria como jamás la ha imaginado: vital y a los saltitos, avanza
con soltura y cintura apenas por delante de Esplendor Editorial –los
codos a la altura de las orejas en postura de recreo largo– y Marol
–teórica del copyleft del amor–, que camina con cara de dormida
y ganas de desayuno.
Efusivo
reencuentro. El viaje en micro estuvo bien, nosotros llegamos ayer a
la tarde, haciendo huevo, acá, jugando al ping-pong. El mate se
organiza ipso facto y resulta evidente que están todos:
Strucci, Pirani, Pato González y su Romeo. La agradable pereza de
estos encuentros con aires a viaje de egresados debe dejarse para
después, sin embargo, porque la Crítica Literaria es más
estructuralista que deleuziana y no comulga con el irse por las
ramas. Como corresponde, enseguida impone agenda. Siendo la única
llegada a Córdoba con la idea de trabajar, toma por asalto las
prioridades temáticas de la espontánea peña literaria, que no
alcanza a maniobrar y cae rendida a sus pies:
–Dos…
cuatro… seis hacen veintiocho y veintocho… doscientos,
trescientos, cuatrocientos. Yo te vendí dieciocho rifas, me quedo
doscientos pesos para mis gastos de estadía, quedan doscientos, que
te entrego en este acto. Entre esto y el trabajo que vine a hacer
para la editorial considero que mi aporte ya está hecho.
Satisfechos
los trapicheos mundanos, el cansancio de la Crítica Literaria se
desparrama sobre el colchón que le toca en suerte para recomponerse
un poco antes de la mesa-debate que le corresponde coordinar. Queda
el grupo de dilettantes circulando mate en calesita,
entrelazados en despreocupada discusión acerca de cómo solucionar
la irremediable aspereza de la realidad que no quiere financiar por
sí misma el viaje de la comitiva y se empeña, en cambio, en
clavarse en la negativa (numérica). La buena disposición de los
autoconvocados redunda en 400 pesos m/n que pronto se ovillan en los
bolsillos del distribuidor de la editorial, pope de La Periférica
Distribuidora (www.la-periferica.com.ar) increíblemente también de
paso por Córdoba, aunque de manera muy transitoria porque nomás
finalizada la recaudación no hay alma que lo encuentre ni celular
que lo convoque.
–Está
todo bien, muchachos, ya va a aparecer –Esplendor Editorial
calmando los ánimos–. Tenía un casamiento, o un bautismo, creo,
de la prima o de una hermana. El cumpleaños del suegro es hoy. Por
eso. Ya va a volver.
La
claridad y contundencia explicativa sosiega ansias y se decide entrar
en cuarto intermedio hasta una hora antes de la mesa-debate para
aclarar ideas y preparar exposiciones.
–¿Alguien
sabe dónde queda la Feria?
La
duda se abalanza sobre el grupo de porteños descolocados en forma de
hombritos que hipan hacia arriba y hacia abajo, pero no se inmutan
porque –usando el sentido común– “no puede quedar muy lejos”.
Se baraja la posibilidad de una salida exploratoria en grupo, momento
en que se hace evidente que el dúo dinámico Arlt / Proust no está
sobre la cubierta del barco, y se los abandona a su suerte. Los demás
salen a las apacibles veredas cordobesas. Demoran hasta la esquina en
darse cuenta de que los deseos itinerantes de sus cuerpitos no
coinciden y se desmembran totipotencialmente en el cruce de Rondeau y
Bv. Chacabuco, es decir, a diez metros de la puerta del hostel.
Armada
con un mapa en A4, Rosalba enfrenta la inmensidad del Interior. El
sol aprieta sus botas invernales, al punto de que pronto se encuentra
patinando sobre sartenes al rojo por amplia avenida en declive. Para
aflojar el sufrimiento, se detiene en una heladería a hacer control
de calidad del súper dulce de leche y la mousse de chocolate
y luego rueda rauda hasta concurridísima peatonal, una locura hecha
cantidad de gente. Rosalba se siente a gusto y en casa, ah, esto es
como Florida y Lavalle, deambula relojeando negocios y puestos hasta
llegar a uno que –azar objetivo premium– remata
chancletitas de plástico colorido a sólo $29.99. Allá va Rosalba,
sigue su ritmo interno, va va va, con las botas embolsadas y los pies
frescos, muy ligeros, rumbo a la manzana jesuítica, para asombrarse
con la excelencia museística cordobesa, que no admite polvo ni
mácula en sus monumentos y la lleva a preguntarse cómo lo harán
mientras les utiliza el baño, de una impecabilidad que rebota ipso
facto en el estado del de su casa, claramente tercermundista.
–¡Ahí
está! ¡Vení vení! ¡Estamos acá!
Tras
un giro cualquiera, Rosalba avista compañeros de viaje en sentada
frente al restaurante de la noche anterior y responde saludando con
la mano a la altura de la clavícula. Siente una especie de calorcito
croqueta en el pecho: no se sospechaba tan relevante para el grupo.
Pero no era a ella, sino a Crítica Literaria, invitada de honor, que
la rebasa y entra junto con los demás al bar para el almuerzo, en un
contorno de efusividad y alegría. La mesa es larga y variopinta.
Cunde el buen humor y la charla animada, las papas fritas y la
milanesa a la napolitana. Entremedio del saludable chorro de aceite
que soporta tanto arte culinario, una ensaladita de rúcula, huevo y
remolacha, nidito de codorniz indefenso, sobre la mesa.
–¿Pero
cómo? ¿Qué te pasa? ¿No comés milanesa?
Resultó
que Arlt es vegetariano. El resto de las muelas de juicio machacan
carne y nervio sin complejos hasta que de pronto, en medio de un halo
místico y rodeado por los encantos de una seductora sirena made
in Córdoba ocurre –una vez más– la Anunciación. La
camisa abierta en desaforado clivaje hasta un ombligo contorneado por
un vello púdico balconeando como al acaso, dos noches en caravana
sin dormir, todo por la militancia peronista y la literatura, dos
fantasías del mismo calibre: Garganta Profunda. La algarabía se
vuelve entonces apoteósica, se anima la charla, que sigue a
velocidades inusitadas el derrotero que marca la desfachatada Crítica
Literaria, con toda la calle y mundo que ha visto en sus viajes:
masturbación, fidelidad, calentura por embarazo, temas de adultos
que cohiben el corazoncito conservador de Rosalba, sentada como al
margen, sobre uno de los extremos de la mesa. Olvidados de lo que han
ido a hacer a esa ciudad, se mastica y se sorbe con verdadera pasión,
y se llega constantemente a conclusiones trascendentes sobre todas
las aristas de la vida. Al mismo tiempo.
–Rubia,
¿vos comiste? –brillito de ojos señaliza el doble sentido.
Nos encontramos en la
víspera de la pelea entre Maravilla Martínez y Chávez Jr., match
que imanta planes nocturnos y acota el abanico de posibilidades
postmesa-debate. Especialmente porque parte de los concurrentes anda
con la presentación de 12 rounds, antología de cuentos de
box, colgando del cuello.
–Te
digo –esperanza Van Gogh esbozando sonrisa–, con ésta nos
volvemos famosos. Si llega a ganar Martínez, escuchame lo que te
estoy diciendo, nos volvemos fa-mo-sos. Tapa de Ñ vamos a
ser.
–Total
–coincide Arlt– y lo mejor es que en la antología está la
denuncia, la vida de los boxeadores, no puede ser que terminen hechos
mierda en un barrio del conurbano y a nadie se le mueve un pelo,
loco, está remal eso.
–Concuerdo
–Proust levanta su vaso y se organiza brindis general.
Tan
bien y tantos son los tópicos que azuzan el interés de los
confabulados, que la mesa-debate se desploma sobre sus hombros sin
darles tiempo a recorrer la feria ni enterarse de nada que no sea su
propia presencia.
El
auditorio es amplio y bien puesto, frente a una plaza muy principal e
histórica de Córdoba, con Cabildo y museos y en general mucha
cultura al aire libre. Enseguida el público –exiguo pero fiel–
se arrebola a la entrada del amplio salón, dejando en evidencia que,
a pesar de que la convocatoria incluye –en un solo sintagma– las
palabras “joven”, “literatura” y “nueva nueva”, la media
etaria de la modesta muchedumbre convocada es claramente
postjubilatoria. Y ahí es cuando el modus operandi )amor +
error( de Milena Caserola da sus frutos porque de no ser por la banda
de dilettantes autotransportados la mesa-debate quedaría
desbalanceada por el lado de la disertación, que le va como
guardapolvo del año próximo a la cantidad de oreja cordobesa a
disposición.
Por
suerte sale todo muy bien, relindo. El objetivo era hablar hora y
media sobre literatura y se logra: la inigualable Crítica Literaria,
la única y exclusiva, conocedora del paño que tiene para cortar,
introduce con mesura y muñeca el debate a fuerza de pregunta
retórica y sensualidad, que la concurrencia agradece con cabeceos
rítmicos (para nada: no es somnolencia sino acuerdo verdadero,
coincidencia de Weltanschauung). Su soltura sufre algún
traspié a la hora de presentar a los integrantes de la mesa, que no
tiene del todo presentes, hecho completamente entendible ya que –a
fin de cuentas– no los conoce ni el loro. Van Gogh y Garganta
Profunda aprovechan para practicar sus poses de escritores en serio
(las mismas que desovillaron frente a los fotógrafos de Para Ti
en ocasión del fotorreportaje “Las caras hot de la
literatura argentina”) mientras la picardía de la Crítica
Literaria se permite una pequeña apología de las multinacionales,
que muchas veces publican a escritores salidos de años de oscuro
trabajo en editoriales independientes, lo que es muy bueno para todos
porque gracias a eso el común de la gente puede acceder, vía Yenny,
a su prosa, sus mundos, su imaginación. Y la verdad: ¿para qué
querríamos, si no, a la editorialía independiente?
A
pesar del entendimiento lógico de este tipo de encuentros, Rosalba
tiene por momentos la sensación de que Arlt se incomoda y está a
punto de incurrir en improptu, pero algo lo contiene. Junto a él,
Proust espera su turno con obediencia debida.
–Yo
no creo en la masividad –Rosalba le sale al paso, sin ningún
rastro de decoro, a Van Gogh, que se encuentra en mitad de los
agradecimientos:
–Me
gustaría agradecer públicamente a esta hermosa Crítica Literaria
que hoy nos acompaña, por estar acá, junto a mí, junto a nosotros,
haciéndonos el aguante. Mañana, quién sabe, tal vez seamos autores
archirreconocidos y nos vamos a acordar de que un día vinimos acá,
a Córdoba, a charlar de estos temas –breve silencio en busca de
inspiración–. Porque es muy importante lo que uno hace, pero si
del otro lado no hay quién… quién…
–Y
no estoy de acuerdo con la política de las multinacionales tampoco
–se embala Rosalba, olvidadando códigos y maneras–, ¿por qué
las pequeñas editoriales tienen que trabajar como hormigas para
buscar nuevos autores, ponerlos en circulación como pueden, con las
armas que tienen, produciendo calidad desde la intemperie, y luego
llega una multinacional y se lo lleva por gusto, para que no siga
publicando con las pequeñas nomás, si ellos sacan un libro y a los
dos meses está de saldo en los bulines de Corrientes?
–Perdón,
querida, esto no es un diálogo –Crítica Literaria se adueña de
su papel de manera magistral–. Es el turno de Van Gogh, cuando
llegue tu turno, opinarás lo que se te cante.
–Corrientes
es la calle de librerías de Buenos Aires –Proust sucumbiendo a un
ataque de didáctica.
–Yo
no estoy de acuerdo tampoco –Arlt batiendo sindicalización– con
la masividad, la difusión, ¿qué me importan, loco, a mí esas
cosas? Lo importante acá es escribir, loco, las llagas de la
sociedad. ¡No se olviden de Luciano Arruga, loco!
–Tal
cual –Rosalba chupetea puchero para parapetarse del sólido avance
de la Crítica Literaria, que se ve venir–. Para la literatura
argentina, para las editoriales argentinas, las multinacionales son
una mierda. ¡Abajo el imperialismo, loco!
Manoteando
con elegancia el micrófono antes de que la cosa pasara a mayores,
Crítica Literaria se incorpora con elegancia para repetir las reglas
del juego.
–Bueno,
esto ya se desmadró y se convirtió en un diálogo –sintetiza con
brillantez–, disculpe el público. A ver, Garganta, leé por favor
los fragmentos literarios así podemos avanzar –y luego
desafiante–. ¿Les parece bien? ¿Todos de acuerdo?
Garganta
Profunda lee fragmentos narrativos de todos los presentes, con
marmórea voz de procer peronista. Acostumbrado al ejercicio de la
modestia, evita leerse a sí mismo por parecerle gesto falto de
recato.
–Además
–voz aguardentosa para la explicación– estamos cortos de tiempo
estamos. ¿O no, compañeros?
–No,
no –la ecuanimidad de la Crítica Literaria milita democracia e
igualdad de oportunidades con fervor–, leé también un fragmento
tuyo, corazón, es lo que corresponde.
-No,
por favor…
–No,
no vos, leelo, lindor, mirá que si no lo leo yo.
–Por
favor, querida, no, no es necesario…
–No,
no, es, es, cariño, por supuesto que es –Crítica Literaria sonríe
con una extensión de labio envidiable para relajar hacia el
público–, ya leímos de todos los demás, es lo que corresponde.
–No,
es que no seleccioné nada…
–Estimado
público –Crítica Literaria otra vez de pie, presentando con buen
gusto su vestido de colores y femeninos volados batidos a mano–, yo
voy a leer un fragmento de este joven tan…
–Coqueto
–tuerce la maligna Rosalba bajo el bigote.
–…humilde,
¿es lo justo o no es lo justo?
El
forcejeo por la lectura se queda con el tiempo de las preguntas del
público, pero al final es mejor porque cuando todavía falta el
“cierre”, de pronto comienza a afluir público en cantidades
demenciales. Pronto, el juego de las cinco elegantes señoras
estaqueadas en sus butacas (sospechoso desde un principio) queda al
descubierto: calentaban asiento para el evento a continuación, la
presentación del último libro de un periodista local, tan
concurrida que se instala un plasma 3D en el hall de entrada
para transmitir en tiempo real las opiniones del periodismo
independiente.
Ana Ojeda
Buenos Aires, EdM, octubre
de 2012
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