omo si continuara hacia atrás, en una
genealogía de poesía argentina que en Verso a verso V me llevó a
escribir sobre Alejandra Pizarnik, releo a Olga Orozco, volviendo a
las marcas con lápiz de 40 años atrás, que me revelan hoy cuánto
la he leído entonces, y entre todos, encuentro este verso:
Madre, es tu desamparada criatura
quién te llama,
Sigo y leo:
¿Y quién roe mis labios, despacito
y a oscuras, desde mis propios dientes?
Ambos son de distintos poemas del mismo
libro, Los juegos peligrosos, de 1962.
“Duro brillo, mi boca”, se titula
un poema en Museo salvaje, de 1974.
Veinte años después, publicaría Con
esta boca, en este mundo, y el poema homónimo, “Con esta boca,
en este mundo”, termina así:
¿Cómo nombrar en este mundo con
esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
Podría seguir copiando citas,
rescatando de lo señalado el verso completo que prefiera, podría
olvidar que debo escribir sobre ellas, pero me distraigo, releo a
Alberto Girri, que en su libro Escándalos y soledades, de
1952, titula “Elegir, la opción que elijo” un poema cuyo primer
verso dice:
Elegir, la opción que elijo / se
acuesta a mi lado”
y comprendo que esa frontera entre
elección y opción me habilita. Ya llegada al punto final de mi
capacidad de elegir la opción que elijo, deseo que se acueste a mi
lado.
Ese hojaldre de versos que comienza con
el desgarro de la intemperie del inicio, donde un habla inicial,
quiero decir, invoca a la dadora del habla:
Madre, es tu desamparada criatura
quien te llama.
El verso siguiente, donde ya el llamado
enmudeció, es de una escritura que desmenuza, en la morada de la
lengua, la conciencia de ser alimento y víctima de su propio hambre:
¿y quién roe mis labios, despacito
y a oscuras, desde mis propios dientes?
Un verso que consume y que consuma un
pacto con la pregunta por lo Otro.
Una estructura simétrica, tres frases
de cuatro, dos y cuatro palabras, envueltas por el tono del signo de
interrogación, nos deja una música que se vuelca sobre sí misma.
Porque ese roer sucede desde adentro de
la concavidad que aloja la lengua, ese roer es un ensimismamiento en
la pregunta, donde “mis labios”, “mis dientes” sólo están
separados por lentitud y efectos de luz:
despacito y a oscuras,
es el modo en que la poeta hace el amor
con la letra.
Diez años más serán necesarios para
que aparezca Duro brillo, mi boca.
Ahora parece inevitable que ese verso
exista, porque antes hubo el del llamado fundamental, fundacional,
que no tuvo respuesta, y después, hubo el del roerse de los labios
que endureció una lengua, y ahora, “eso” se escribe, desde una
palabra proferida por la boca pulida como un metal bruñido o un
espejo.
Una boca como una roca, definida por su
efecto: metonimia y sonoridad en un par separado apenas por una coma,
de un lado las dos palabras de la cualidad, del otro las dos palabras
del objeto.
Esta escritura que hilvana sus motivos
sin soltar el hilo, hace que veinte años después, en 1994, la
palabra “boca” sea transformada en tres: el nombre de otro libro,
el título de un poema del mismo, y la proliferación en un verso de
ese poema:
Con esta boca, en este mundo
contiene “Con esta boca, en este mundo”, son dos pares
de tres palabras cada uno, y son también, a la vez, el instrumento y
el lugar donde ese instrumento deviene posible.
Pero el verso, el verso ese escapa a la
sintaxis, a las convenciones de la pausa escrita, se desenvuelve como
una cinta sin fin, vuelve a preguntar, no ya “quién” sino
“cómo”:
¿Cómo nombrar en este mundo con
esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
De la repetición del título queda la
estructura, pero hay dos nuevas palabras que hacen la diferencia:
“nombrar” y “sola”.
El verso no responde a la pregunta por
el nombre, el verso no clausura la soledad, pero ya “nombrar” es
nombrar, ya “sola” es sola para siempre en el poema.
Y al poema me reenvía la lectura que
estaba haciendo de Alberto Girri, y del libro La penitencia y el
mérito, de 1957, su “Arte poética” me da a la mirada tres
versos en cursiva del que elijo:
la materia a expensas del lenguaje.
Liliana Lukin
Buenos Aires, EdM, noviembre de 2012
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