El siguiente es un
fragmento de Hospital
Posadas, la
novela que está escribiendo Jorge Consiglio.
A veces se establecen
relaciones entre ciertos hechos -como si hubiera una conexión
transversal de sentido- que parecen fruto de un orden más o menos
riguroso. Este orden no es lineal. Copia las formas al capricho. Por
esa razón, justamente, pasa desapercibido. Hay muchas alternativas
para cargar de significado estos vínculos. Se puede consultar el I
Ching, por ejemplo. Yo me limito a lo inmediato: capturar el relato
excepcional. Y me empalago con el desconcierto. Es una manera de
contrarrestar una sensación, casi voluptuosa, de que nunca pasa
nada, de que lo único que queda es planear la estrategia, que
implica someterse al sentido común, de acuerdo a la meta que uno se
propuso. Esta trama ilógica, basada en subjetividades, brinda
indicios que permiten imaginar un mapa -un contra mapa, se podría
decir- distinto del que se organiza en base a lo cotidiano. Uno se
convierte en un detective alucinado, al estilo de Mickey Rourke en
Corazón
Satánico.
Sintoniza historias ajenas que contienen la clave de la propia. De
pronto, la vida individual hace sistema con algo mayor. La potencia
arrolladora de lo simbólico ejerce su dominio.
Hace poco fui al dentista.
Tenía que hacerme un tratamiento de conducto. El tipo, un pelado de
unos setenta años, me atiende desde que era un chico. Nora, su
secretaria de siempre, se sienta frente a un escritorio de metal.
Ordena fichas. A su espalda, está el banco de la sala de espera. El
dentista tiene un apellido que siempre me sonó a grandeza: Panzeri.
Es alto. Parece seco. Los ojos los tiene claros y no los mueve nunca.
A pesar de la distancia que impone, aprendí a quererlo: sus gestos
reflejan dignidad. Sé algunas cosas de su vida: es viudo, metódico
hasta la exasperación. Tiene un hijo kinesiólogo. Además, Panzeri
es un hombre con ideas propias. Le gusta la historia. Me comentó que
tiene una buena biblioteca. Le debe costar prestar los libros. En el
revistero hay publicaciones excepcionales para una sala de espera. En
la última visita, encontré una revista que publica el Instituto
Nacional de Historia. Me enganché con un artículo que se llamaba el
Caso
Silvia. Es
un relato relacionado con las cosas que vengo pensando.
Silvia
era el alias de una integrante de la FAR. Su nombre real era Clara
Vecchio. Un padrino anarquista la había iniciado en el manejo de las
armas. También le había aclarado las cosas que no se negocian.
Desde joven, Clara se relaciona con gente de la Federación Comunista
Argentina. De allí pasa a las filas de la FAR. Hay dos hechos que la
ubican por encima de sus compañeros. Uno ocurre en junio de 1969.
Clara coordina la quema de trece supermercados Minimax en repudio de
la visita de Rockefeller. El otro pasa en diciembre de ese mismo año:
vuela un arsenal en Garín. Mueren siete militares y tres civiles.
Clara Vecchio es osada en la batalla, pero sabe que su vida depende
de la confidencialidad. Casi nadie conoce su nombre. Todos la llaman
Silvia;
algunos pocos, La
rubia. En
el 70, su cara y algunas de sus particularidades (su afección
bronquial, por ejemplo) son bien conocidas por los servicios de
inteligencia. A fines de ese año, le ordenan que se guarde en un
departamento por Lanús. Después de una semana de encierro, Clara
sufre una crisis de asma. Sabe que las nebulizaciones la calman. La
organización le dio plata. Tranquilamente podría comprar un
nebulizador, pero su rigor moral se lo impide. Decide alquilarlo. En
la farmacia da un nombre falso, pero la dirección verdadera del
lugar que habita. La empleada es una mujer de su misma edad.
Simpatizan. Quizás vean el mismo programa de televisión. Algunas
noches, la empleada de la farmacia sale con un hombre casado. Después
de la intimidad, no saben de qué hablar. Siempre les pasa lo mismo.
Entonces la empleada de la farmacia le cuenta al tipo lo que ella
hizo durante el día. En su último encuentro, menciona a la chica
del nebulizador. Mientras la escucha, al tipo se le cruza una
intuición. De puro aburrido, decide seguirla. Le pide a su amante
que describa a la mujer del nebulizador.
A los pocos días, Clara y
sus cuatro compañeros mueren durante el allanamiento que la policía
efectúa a su domicilio. Se tirotean en la escalera, en los pasillos,
en la calle. Entran catorce balas al cuerpo de Clara. El amante de la
empleada de la farmacia era parte del batallón de Inteligencia 601.
Unos años más tarde, junto con Almirón, será uno de los pilares
de la Alianza Anticomunista Argentina.
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