Extraña como abrigo ajeno. Así puede ser a veces la piel, como la de la muñeca que Kokoschka se mandó a fabricar cuando dejó el hospital convertido en veterano de guerra. Una piel de tapado: piel que esconde. Aún después de unos años Kokoschka seguía siendo el abandonado de Alma Mahler; esa era la verdadera herida que el artista quiso tapar alistándose como voluntario en la Primera Guerra. Sin embargo, en las trincheras el amor siguió abierto, y en el hospital se cerraron todas las posibilidades de curación. Los médicos lo dejaron regresar a las calles de autos lentos que parecían bólidos y en la que sólo los desquiciados podían imaginar una nueva guerra. Kokoschka se mandó hacer una muñeca con las medidas de Alma Mahler. Una muñeca con la piel de un peluche. Alma era ella y Kokoschka el enamorado de una mujer monstruo, una mujer muñeco, un amor que no podía dejar de espantar a cualquiera pero que a él no dejaba de atraerlo.


     Cómodo resulta pensar que fabricaron mal la muñeca. Que Kokoschka prefería otra piel para ella. Pero seguramente no fue así. Kokoschka quiso acariciar el espanto de ese amor que no pudo dejar atrás ni aún con la Gran Guerra. Vestía a su muñeca y se recostaba a su lado. Elegía la mejor lencería y se desvestía como un muñeco ante sus ojos de volcán.




      Una noche, en un restaurante, luego de una celebración en que se había tomado hasta el olvido, comenzó a gritarle y a darle empujones y golpes. Como la pareja estaba en un reservado, el resto de los clientes apenas distinguía lo que los cortinados dejaban ver: un hombre borracho pateando a una mujer caída en el piso. ¿No había terminado por matarla? ¿Estaba aún con vida? La mujer parecía una muñeca. Cuando la policía llegó a encargarse del asesino, comprobó que la mujer era lo que parecía y que lo que había parecido no era.


    Llueve y hace frío, mucho frío. Como si estuviéramos en Viena un día de invierno. Como si viviéramos en aquellos días, también. Pero estamos en Buenos Aires cien años después y en el Congreso hay muchos que quieren tratarnos como muñecas.





Lucía Thompson


Buenos Aires, EdM, julio-agosto 2018