El jueves 4 de julio, en el nuevo espacio de la librería central de Eudeba, fue presentado El pasado inasequible. Desaparecidos, hijos y combatientes en el arte y la literatura del nuevo milenio, compilado por Jordana Blejmar, María Eva Perez y Silvana Mandolessi. Esa tarde, Martín Kohan dijo estas palabras que hoy publicamos en Escritores del Mundo, y que anticipan al lector puntos de partida del libro. En Eudeba hablaron, también a propósito de El pasado inasequible, junto a Martín Kohan, Javier Trímboli y Ernesto Semán.





En un libro de entrevistas a escritores argentinos contemporáneos (nada escaso, debo decir, en rencor y resentimientos), di con un pronunciamiento que en cierto modo me desconcertó: hay uno que expresa allí su recelo hacia la literatura cuyo tema sea la dictadura militar. Mi desconcierto se debió, no a una razón ideológica (sabemos qué clase de tiempos corren), sino estética: me pareció raro que, tratándose de un escritor (mea culpa, prejuicio propio: ¿qué puede significar, hoy en día, que alguien sea o se diga escritor? Nada, nada de nada), me pareció raro que, dedicándose a la literatura, pueda referirse a la dictadura militar como un “tema”; cuando lo cierto es que, desde hace tiempo, o desde siempre, lo que la dictadura militar le plantea a la literatura, y al arte en general, es antes que nada la necesidad de una forma, es decir, una búsqueda de formas (¿no habrá hablado aquel escritor de “tema” en el sentido de Boris Tomashevski. Me temo que no, puedo darlo por seguro. ¿Tiene sentido hablar así, de tema y de formas, a esta altura de los acontecimientos? Personalmente, pienso que sí).




      El tema se transitó y se transita, para mal de los que promueven olvido, en discursos y registros muy diversos. Para la literatura supuso más bien, podría decirse que desde un comienzo, ese desafío de búsqueda de formas (Ricardo Piglia en Respiración artificial: “¿Cómo narrar los hechos reales?”). En aquel entonces, entre tantos, Manuel Puig (El beso de la mujer araña), Elvira Orphée (La última conquista de el Ángel), Juan José Saer (Nadie nada nunca), David Viñas (Cuerpo a cuerpo); y más hacia aquí: Liliana Heker (El fin de la historia), Luis Gusmán (Villa), Carlos Gamerro (El secreto y las voces); y más hacia aquí todavía: Laura Alcoba (La casa de los conejos), Leopoldo Brizuela (Una misma noche), Hernán Ronsino (Glaxo), Patricio Pron (El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia) entre muchos otros: está claro que la literatura no “toca un tema”, explora formas. Precisamente porque se trata de hechos políticos, y por ende parece un tema, y en tanto que tema parece ya dado, es preciso remarcar hasta qué punto lo que la literatura hizo y hace es tratar de dar con una forma, o mejor dicho: crearla; encontrarla o suscitarla; detectarla o producirla. Excede así la función documental o testimonial, a la que a veces se la reduce; excede así las ambiciones del realismo, en la que a menudo se la quiere hacer encajar. La literatura y, en verdad, todas las artes: también el cine y la pintura, la escultura y la fotografía, etc.


      Dentro de este planteamiento más general, el de los desaparecidos conlleva, sin dudas, un desafío singular, tal vez más arduo. Ni vivos ni muertos, como estableció el tenebroso Criminal en Jefe en su momento, inscriptos dramáticamente entre la presencia irrevocable y una lacerante ausencia, entre la más brutal corporeidad y la violencia de lo incorpóreo, entre estar y no estar, entre la borradura y la huella, hay una extensa y consistente elaboración precediendo a El pasado inasequible, y es el proyecto de investigación que las compiladoras de este libro sostuvieron largamente bajo la dirección de Kirsten Mahlke: “Narrativas del terror y la desaparición: dimensiones fantásticas de la memoria colectiva argentina”. A esa imprescindible interrogación de lo fantasmal, nutrida de lo que las artes tenían para decir al respecto (desde el género literario de los relatos de fantasmas hasta los desvelos de la primigenia fotografía por poder fotografiar espectros), siguieron sucesivas ampliaciones que El pasado inasequible plasma: Jordana Blejmar, Silvana Mandolesi y Mariana Eva Pérez convocaron a un congreso llevado a cabo en Londres en junio de 2014, primero, y a este libro, que encomio aunque integro, después, a una serie de críticos y críticas que aseguraron, como corroborará cualquier lectura, una marcada diversidad de enfoques y de objetos (novelas, películas, fotografías, historietas, obras de teatro y aun una campaña implementada en Facebook; en abordajes historicistas o textualistas o culturalistas: abocándose a los objetos o poniéndolos en contexto).


      La ampliación de miras cubre otro aspecto en El pasado inasequible: de la indagación sobre la figuración de la desaparición y de los desaparecidos, se pasa (pero se pasa en esa misma clave: la de lo fantasmal y la de la espectralidad) a la indagación de la inscripción de los hijos de desaparecidos y a la indagación de la figuración de los ex combatientes de Malvinas. Hay en esto, tanto en lo uno como en lo otro, posturas distintas y aun en conflicto, que en algunos abordajes (¿por simple cautela? ¿Por una implícita sacralización?), se disuelven en una homogeneidad forzada. El pasado inasequible reintroduce, para bien, las tensiones y la disparidad que pueden existir entre distintas maneras de enunciar y de evocar siendo hijos o ex combatientes.


      Como coda, menciono una satisfacción particular: que sea una de las fotos de Helen Zout, que en su momento me impulsaron a escribir para aquel congreso y para este libro, lo que consta en la portada de El pasado inasequible. Así como implicó, para mí, una invitación a la escritura, descuento que será, para ustedes, una invitación (otra más) a la lectura del libro.





Martín Kohan


Buenos Aires, EdM, Agosto 2018